Al momento de casarse Conrad muere aplastado por un
enorme casco. Su padre entiende que esto tiene que ver con una extraña
profecía. Del clásico de Horace Walpole, The
Castle of Otranto…
Tocó y examinó el fatal casco. Ni siquiera los
mutilados y sangrantes restos del joven príncipe desviaron los ojos de Manfred
del portento frente a él. Todos los que habían conocido la parcialidad por el
joven Conrad estuvieron tan sorprendidos por la insensibilidad del príncipe
como por el milagro del casco. Llevaron el desfigurado cuerpo al pasillo, sin
recibir la más mínima indicación de Manfred. También se mostró poco atento a
las damas que permanecían en la capilla. Sin mencionar a las infelices
princesas, su esposa y su hija, los primeros sonidos que salieron de los labios
de Manfred fueron:
—Cuiden de Lady Isabella.
Las sirvientas, sin observar la singularidad de esta
orden, fueron guiadas por el afecto a sus señoras. La llevaron a su aposento
más muerta que viva e indiferente a todas las extrañas circunstancias que
escuchara, excepto la muerte de su hijo.
Matilda, que amaba a su madre, sofocó su propio
dolor y asombro, y pensó en asistir y reconfortar a su afligida madre.
Isabella, que había sido tratada por Hippolita como una hija, y que retornó ese
amor con igual afección, no estaba menos preocupada por la princesa. Al mismo
tiempo tratando de aliviar el peso del dolor que veía que Matilda trataba de
sofocar, por quién había concebido la cálida amistad. También su propia
situación encontraba lugar en sus pensamientos. No sentía preocupación por la
muerte del joven Conrad, excepto alguna lástima. Y no estaba triste de ser
librada de un matrimonio que prometía poca felicidad, ya sea por el destinado
novio, o por el temperamento severo de Manfred, quien, aunque la había
distinguido con gran indulgencia, había impreso su mente con terror, debido al
rigor del trato sin causa a tan amables princesas como Hippolita y Matilda.
The Castle of Otranto, 1794 |
Matilda, who doted
on her mother… (loved)
Mientras las damas llevaban a la miserable madre a
su cama, Manfred permaneció en el patio, observando el ominoso casco, y sin
prestar atención a la muchedumbre que convocada por el más extraño de los
eventos se reunía alrededor de él. Las pocas palabras que articuló tendían
solamente a preguntar si algún hombre sabía de donde había venido. Nadie le
podía dar la menor información. Sin embargo, como parecía ser el solo objeto de
su curiosidad, pronto se convirtió igualmente para el resto de los
espectadores, cuyas conjeturas fueron tan absurdas e improbables, como la
catástrofe misma sin precedentes. En medio de estas adivinanzas sin sentido, un
joven campesino, que se rumoreaba que venía de una villa vecina, observó que el
milagroso casco era exactamente igual a aquel en la figura en mármol negro de
Alfonso el Bueno, uno de sus primeros príncipes, en la iglesia de San. Nicolás.
— ¡Villano! ¿Qué dices? —gritó Manfred, pasando de
su trance a una ráfaga de furia, agarrando al joven por el cuello — ¿Cómo te
atreves a decir tal traición? Lo pagarás con tu vida.
Los espectadores, que no comprendieron las causas de
la furia del príncipe como todo lo demás que habían visto antes, se encontraban
perdidos respecto de cómo desentrañar esta nueva circunstancia. El joven
campesino estaba aún más sorprendido, sin entender de qué manera había ofendido
al príncipe. Aun así, recomponiéndose, con una mezcla de gracia y humildad,
deshaciéndose del agarre de Manfred, y luego con un respeto, que descubrió más
celo de inocencia que alarma, preguntó con respeto de qué era culpable.
Manfred, más enojado por el vigor, aunque decentemente ejercido, con el cual el
joven había sacudido su agarre, que pacificado por su sumisión, ordenó a los
que allí estaban que lo detuvieran, y, si no hubiera sido detenido por sus
amigos, que habían sido invitados al casamiento, hubiera apuñalado al
campesino. Durante este altercado, algunos de los sencillos espectadores habían
corrido a la gran iglesia, que se encontraba cerca del castillo y regresaron
con la boca abierta, declarando que el casco faltaba de la estatua de Alfonso.
Manfred, con esta noticia, se volvió perfectamente
frenético. Y como si buscara un súbdito en quien desquitarse, corrió de nuevo
contra el joven campesino, gritando:
— ¡Villano! ¡Monstruo! ¡Hechicero! ¡Tú has hecho
esto! ¡Tú has asesinado a mi hijo!
La muchedumbre, que quería algún objeto dentro de
sus capacidades, en quien descargar sus desconcertados razonamientos, tomó las
palabras de la boca de su lord y se hicieron eco:
“Ay, ay; ’tis he, ’tis he: he has stolen the helmet
from good Alfonso’s tomb, and dashed out the brains of our young Prince with
it,”… (de
Horace Walpole, The Castle of Otranto,
traducción y adaptación propia)
Para saber
The Castle of Otranto es una novela de 1764. Es generalmente
considerada como la primera novela gótica, iniciando un género que llegaría a
ser muy popular en el siglo 18 y 19 con autores como Charles Maturin, Ann
Radcliffe, Bram Stoker, Edgar Allan Poe y Daphne du Maurier.
Otra obra de la literatura gótica: Carmilla.
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