Los Sevastopol Sketches son tres cuentos cortos de León Tolstoi publicados en 1855 contando sus experiencias durante el asedio de Sevastopol en Crimea del año anterior. Estos breves "bocetos" formaron la base de muchos episodios de la novela más famosa de Tolstoi, War and Peace.
Más abajo una pequeña introducción relacionando este sitio a la actual guerra en Ucrania.
Traducimos unos párrafos de Los Sevastopol Sketches, que se puede leer completamente gratis en inglés.
Mortero ruso, Whistling Dick, en Sevastopol, 1855
Introducción
En 2014 Vladimir
Putin oficializó la anexión de la
península de Crimea, en el sur de Ucrania,
tras celebrar un referendo no autorizado por Kiev y rechazado por la comunidad internacional. El
conflicto, también denominado guerra del
Donbass, creció en el terreno y sembró las bases de la guerra en curso,
ordenada por Moscú contra su vecino
país hace más de dos años.
El sitio de Sevastopol
duró desde octubre de 1854 hasta setiembre de 1855, durante la guerra de Crimea.
Los franceses, hombres del ejército
de Sardinia, turcos y británicos desembarcaron en Eupatoria intentando realizar una marcha triunfal hacia Sevastopol, con 50.000 hombres. Durante el sitio las fuerzas aliadas
bombardearon Sevastopol en seis oportunidades.
El sitio de Sevastopol es uno de los
últimos sitios clásicos de la
historia.
Estas batallas fueron memorizadas durante la era victoriana: el poema de Alfred, Lord Tennyson, The Charge of the Light Brigade.
Párrafos
… Por la orilla se mueven ruidosamente multitudes de
soldados grises, marineros negros y mujeres de diversos colores. Las mujeres
venden panecillos, los campesinos rusos con samovares gritan acaloradamente:
«¡Sbiten!». Y en los primeros escalones se ven esparcidas balas de cañón
oxidadas, bombas, metralla y cañones de hierro fundido de diversos calibres. Un
poco más allá hay una gran plaza sobre la que se encuentran enormes vigas, soldados
dormidos. Hay caballos, carros, fusiles verdes, arcones y montones de armas. Se
desplazan soldados, marineros, oficiales, mujeres, niños y comerciantes. Llegan
carros con heno, sacos y toneles. Aquí y allá se abren paso cosacos, oficiales
a caballo o algún general con un drosky. A la derecha, la calle está cercada
por una barricada, en cuyas troneras hay un pequeño cañón, y junto a él está sentado
un marinero fumando su pipa. A la izquierda, una hermosa casa con cifras
romanas en el frontón, bajo la cual hay soldados y literas manchadas de sangre.
Por todas partes se ven los desagradables signos de un campamento de guerra. La
primera impresión es inevitablemente de lo más desagradable. La extraña mezcla
de vida de campamento y de ciudad, de una hermosa ciudad y un sucio campamento,
no sólo no es hermosa, sino que parece un desorden repulsivo. Incluso parece
que todos están completamente asustados y se mueven de un lado a otro sin saber
lo que hacen. Pero si observamos más de cerca los rostros de estas personas que
se mueven a nuestro alrededor, tendremos una idea completamente diferente.
Observemos, por ejemplo, a ese soldadito de provincias que conduce una troika
de caballos pardos hacia el agua y ronronea para sí mismo con tanta calma que
evidentemente no se extraviará en esa multitud abigarrada que para él no existe.
Pero cumple con su deber, sea cual fuere, abrevar a los caballos o llevar las
armas, con la misma serenidad, confianza en sí mismo y ecuanimidad que si
estuviera ocurriendo en Tula o Saransk. Veréis la misma expresión en el rostro
de este oficial que pasa con sus guantes blancos inmaculados, en el rostro del
marinero que fuma sentado en la barricada, en el rostro de los soldados que
esperan con sus literas en la escalera del antiguo club, y en el rostro de
aquella muchacha que, temiendo mojarse el vestido rosa, cruza la calle saltando
sobre las pequeñas piedras.
¡Sí! Si entras por primera vez en Sebastopol, te
espera sin duda el desencanto. En vano buscarás en un solo rostro rastros de
ansiedad, de desconcierto o incluso de entusiasmo, de disposición para la
muerte, de decisión. No hay nada de eso. Veréis a los obreros ocupados tranquilamente
en sus tareas, de modo que, tal vez, os reprochéis el exceso de entusiasmo, os
abriguéis a dudar de la veracidad de las ideas que os habéis formado sobre el
heroísmo de los defensores de Sebastopol a partir de las historias,
descripciones, imágenes y sonidos del lado norte. Pero, antes de dudar, id a
los bastiones, observad a los defensores de Sebastopol en el mismo lugar de la
defensa, o, mejor aún, cruzad directamente a la casa que antes era la Asamblea
de Sebastopol, y en cuyo tejado hay soldados con literas. Allí veréis a los
defensores de Sebastopol, allí veréis espectáculos espantosos y tristes,
grandiosos y risibles, pero maravillosos, que elevan el alma.
Entráis en la gran Sala de la Asamblea. Acabas de
abrir la puerta cuando la visión y el olor de cuarenta o cincuenta heridos
graves y amputados, algunos en hamacas, la mayoría en el suelo, te asaltan de
repente. No te fíes de la sensación que te detiene en el umbral de la sala. No
te avergüences de haber venido a ver a los que sufren, no te avergüences de
acercarte y hablarles: a los desdichados les gusta ver un rostro humano
compasivo, les gusta contar sus sufrimientos y oír palabras de amor e interés.
Caminas entre las camas y buscas un rostro menos severo y sufriente, al que
decides acercarte con el objeto de conversar.
— ¿Dónde está usted herido? —pregunta tímidamente y
con indecisión a un soldado viejo y flaco que, sentado en su hamaca, lo observa
con una mirada bondadosa y parece invitarlo a acercarse a él. Digo “pregunta
tímidamente”, porque estos sufrimientos le inspiran, además de un sentimiento
de profunda simpatía, un temor a ofender y una elevada reverencia por el hombre
que los ha padecido.
—En la pierna —responde el soldado, pero, al mismo
tiempo, percibe, por los pliegues de la colcha, que ha perdido la pierna por
encima de la rodilla —. Gracias a Dios —
añade —me licenciarán.
– ¿Fue herido hace mucho tiempo?
—Fue hace seis semanas, Excelencia.
— ¿Todavía le duele?
—No, ya no duele.
— ¿Cómo fue que resultó herido?
—En el quinto bastión, durante el primer bombardeo.
Acababa de apuntar un cañón y estaba a punto de irme hacia otra tronera, me dio
en la pierna, como si hubiera pisado un agujero y no tuviera pierna.
— ¿No le dolió al principio?
—Nada, sólo como si algo hirviendo me hubiera
golpeado la pierna.
— ¿Y luego?
—Y luego... nada, sólo la piel empezó a estirarse
como si la hubieran frotado con fuerza. Lo primero de todo, Excelencia, es no
pensar en nada. Los hombres sufren por pensar más que por cualquier otra cosa.
En ese momento, una mujer con un vestido de rayas
grises y un pañuelo negro atado a la cabeza se acerca.
Ella se une a la conversación con el marinero y
empieza a contarle cosas sobre él, sobre sus sufrimientos, sobre su estado
desesperado durante cuatro semanas, y sobre cómo, cuando fue herido, hizo
detener la litera para poder ver la descarga de nuestra batería, cómo el gran
duque le habló y le dio veinticinco rublos, y cómo le dijo que quería volver al
bastión para dirigir a los hombres más jóvenes, aunque él mismo no pudiera
trabajar. Mientras dice todo esto en un suspiro, la mujer te mira a ti y al
marinero, que se ha dado la vuelta como si no la hubiera oído y quita una
pelusa de la almohada, y sus ojos brillan con un entusiasmo peculiar.
— ¡Ésta es mi mujer, Excelencia! —dice el marinero,
con una expresión que parece decir: “Debes disculparla. Todo el mundo sabe que
es una mujer así: está diciendo tonterías”.
Empiezas a comprender a los defensores de
Sebastopol. Por alguna razón, te sientes avergonzado de ti mismo en presencia
de este hombre. Quisieras decirle muchas cosas para expresarle tu simpatía y tu
admiración, pero no encuentras palabras o no te satisfacen las que te vienen a
la cabeza y te rindes en silencio ante esa taciturna e inconsciente grandeza y
firmeza de alma, ante esa modestia ante sus propios méritos… (Sevastopol,
graf Leo Tolstoy)
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Fuentes
Diez
años de la anexión de Crimea,
France 24
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