sábado, 24 de agosto de 2024

Sevastopol Sketches

Los Sevastopol Sketches son tres cuentos cortos de León Tolstoi publicados en 1855 contando sus experiencias durante el asedio de Sevastopol en Crimea del año anterior. Estos breves "bocetos" formaron la base de muchos episodios de la novela más famosa de Tolstoi, War and Peace.

Más abajo una pequeña introducción relacionando este sitio a la actual guerra en Ucrania.

Traducimos unos párrafos de Los Sevastopol Sketches, que se puede leer completamente gratis en inglés.

A Russian mortar known as Whistling Dick in the Malakoff redoubt at Sevastopol. Picture taken by George Shaw Lefevre in September 1855
Mortero ruso, Whistling Dick, en Sevastopol, 1855

Introducción

En 2014 Vladimir Putin oficializó la anexión de la península de Crimea, en el sur de Ucrania, tras celebrar un referendo no autorizado por Kiev y rechazado por la comunidad internacional. El conflicto, también denominado guerra del Donbass, creció en el terreno y sembró las bases de la guerra en curso, ordenada por Moscú contra su vecino país hace más de dos años.

El sitio de Sevastopol duró desde octubre de 1854 hasta setiembre de 1855, durante la guerra de Crimea. Los franceses, hombres del ejército de Sardinia, turcos y británicos desembarcaron en Eupatoria intentando realizar una marcha triunfal hacia Sevastopol, con 50.000 hombres. Durante el sitio las fuerzas aliadas bombardearon Sevastopol en seis oportunidades. El sitio de Sevastopol es uno de los últimos sitios clásicos de la historia.

Estas batallas fueron memorizadas durante la era victoriana: el poema de Alfred, Lord Tennyson, The Charge of the Light Brigade.

Párrafos

… Por la orilla se mueven ruidosamente multitudes de soldados grises, marineros negros y mujeres de diversos colores. Las mujeres venden panecillos, los campesinos rusos con samovares gritan acaloradamente: «¡Sbiten!». Y en los primeros escalones se ven esparcidas balas de cañón oxidadas, bombas, metralla y cañones de hierro fundido de diversos calibres. Un poco más allá hay una gran plaza sobre la que se encuentran enormes vigas, soldados dormidos. Hay caballos, carros, fusiles verdes, arcones y montones de armas. Se desplazan soldados, marineros, oficiales, mujeres, niños y comerciantes. Llegan carros con heno, sacos y toneles. Aquí y allá se abren paso cosacos, oficiales a caballo o algún general con un drosky. A la derecha, la calle está cercada por una barricada, en cuyas troneras hay un pequeño cañón, y junto a él está sentado un marinero fumando su pipa. A la izquierda, una hermosa casa con cifras romanas en el frontón, bajo la cual hay soldados y literas manchadas de sangre. Por todas partes se ven los desagradables signos de un campamento de guerra. La primera impresión es inevitablemente de lo más desagradable. La extraña mezcla de vida de campamento y de ciudad, de una hermosa ciudad y un sucio campamento, no sólo no es hermosa, sino que parece un desorden repulsivo. Incluso parece que todos están completamente asustados y se mueven de un lado a otro sin saber lo que hacen. Pero si observamos más de cerca los rostros de estas personas que se mueven a nuestro alrededor, tendremos una idea completamente diferente. Observemos, por ejemplo, a ese soldadito de provincias que conduce una troika de caballos pardos hacia el agua y ronronea para sí mismo con tanta calma que evidentemente no se extraviará en esa multitud abigarrada que para él no existe. Pero cumple con su deber, sea cual fuere, abrevar a los caballos o llevar las armas, con la misma serenidad, confianza en sí mismo y ecuanimidad que si estuviera ocurriendo en Tula o Saransk. Veréis la misma expresión en el rostro de este oficial que pasa con sus guantes blancos inmaculados, en el rostro del marinero que fuma sentado en la barricada, en el rostro de los soldados que esperan con sus literas en la escalera del antiguo club, y en el rostro de aquella muchacha que, temiendo mojarse el vestido rosa, cruza la calle saltando sobre las pequeñas piedras.

¡Sí! Si entras por primera vez en Sebastopol, te espera sin duda el desencanto. En vano buscarás en un solo rostro rastros de ansiedad, de desconcierto o incluso de entusiasmo, de disposición para la muerte, de decisión. No hay nada de eso. Veréis a los obreros ocupados tranquilamente en sus tareas, de modo que, tal vez, os reprochéis el exceso de entusiasmo, os abriguéis a dudar de la veracidad de las ideas que os habéis formado sobre el heroísmo de los defensores de Sebastopol a partir de las historias, descripciones, imágenes y sonidos del lado norte. Pero, antes de dudar, id a los bastiones, observad a los defensores de Sebastopol en el mismo lugar de la defensa, o, mejor aún, cruzad directamente a la casa que antes era la Asamblea de Sebastopol, y en cuyo tejado hay soldados con literas. Allí veréis a los defensores de Sebastopol, allí veréis espectáculos espantosos y tristes, grandiosos y risibles, pero maravillosos, que elevan el alma.

Entráis en la gran Sala de la Asamblea. Acabas de abrir la puerta cuando la visión y el olor de cuarenta o cincuenta heridos graves y amputados, algunos en hamacas, la mayoría en el suelo, te asaltan de repente. No te fíes de la sensación que te detiene en el umbral de la sala. No te avergüences de haber venido a ver a los que sufren, no te avergüences de acercarte y hablarles: a los desdichados les gusta ver un rostro humano compasivo, les gusta contar sus sufrimientos y oír palabras de amor e interés. Caminas entre las camas y buscas un rostro menos severo y sufriente, al que decides acercarte con el objeto de conversar.

— ¿Dónde está usted herido? —pregunta tímidamente y con indecisión a un soldado viejo y flaco que, sentado en su hamaca, lo observa con una mirada bondadosa y parece invitarlo a acercarse a él. Digo “pregunta tímidamente”, porque estos sufrimientos le inspiran, además de un sentimiento de profunda simpatía, un temor a ofender y una elevada reverencia por el hombre que los ha padecido.

—En la pierna —responde el soldado, pero, al mismo tiempo, percibe, por los pliegues de la colcha, que ha perdido la pierna por encima de la rodilla —.  Gracias a Dios — añade —me licenciarán.

– ¿Fue herido hace mucho tiempo?

—Fue hace seis semanas, Excelencia.

— ¿Todavía le duele?

—No, ya no duele.

— ¿Cómo fue que resultó herido?

—En el quinto bastión, durante el primer bombardeo. Acababa de apuntar un cañón y estaba a punto de irme hacia otra tronera, me dio en la pierna, como si hubiera pisado un agujero y no tuviera pierna.

— ¿No le dolió al principio?

—Nada, sólo como si algo hirviendo me hubiera golpeado la pierna.

— ¿Y luego?

—Y luego... nada, sólo la piel empezó a estirarse como si la hubieran frotado con fuerza. Lo primero de todo, Excelencia, es no pensar en nada. Los hombres sufren por pensar más que por cualquier otra cosa.

En ese momento, una mujer con un vestido de rayas grises y un pañuelo negro atado a la cabeza se acerca.

Ella se une a la conversación con el marinero y empieza a contarle cosas sobre él, sobre sus sufrimientos, sobre su estado desesperado durante cuatro semanas, y sobre cómo, cuando fue herido, hizo detener la litera para poder ver la descarga de nuestra batería, cómo el gran duque le habló y le dio veinticinco rublos, y cómo le dijo que quería volver al bastión para dirigir a los hombres más jóvenes, aunque él mismo no pudiera trabajar. Mientras dice todo esto en un suspiro, la mujer te mira a ti y al marinero, que se ha dado la vuelta como si no la hubiera oído y quita una pelusa de la almohada, y sus ojos brillan con un entusiasmo peculiar.

— ¡Ésta es mi mujer, Excelencia! —dice el marinero, con una expresión que parece decir: “Debes disculparla. Todo el mundo sabe que es una mujer así: está diciendo tonterías”.

Empiezas a comprender a los defensores de Sebastopol. Por alguna razón, te sientes avergonzado de ti mismo en presencia de este hombre. Quisieras decirle muchas cosas para expresarle tu simpatía y tu admiración, pero no encuentras palabras o no te satisfacen las que te vienen a la cabeza y te rindes en silencio ante esa taciturna e inconsciente grandeza y firmeza de alma, ante esa modestia ante sus propios méritos… (Sevastopol, graf Leo Tolstoy)

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Fuentes

Diez años de la anexión de Crimea, France 24

Siege of Sevastopol (1854–1855)

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