From Dunkerque to Belport
¿Se imaginan la sensación en aquel primer día de movilización de tropas para pelear contra los alemanes en 1914?
La mezcla de sentimientos, las emociones por el compañero que marchaba a la
guerra, el miedo a morir o el orgullo por el hijo que marchaba para pelear por
su país. La propaganda para reclutar conscriptos y el exitismo de uno y otro
lado. Si hay alguien que nos puede mostrar esos sentimientos esa es Edith
Wharton,
que
fue testigo de todos estos acontecimientos en París, Francia.
Para saber: París
en la Primera Guerra Mundial. Y al final un link a la hermosa canción Lili Marleen, cantada por Marlene Dietrich, popular en aquellos
años.
Más abajo una foto de las tropas francesas en 1.916.
Introducción
Edith
Wharton nos transporta a aquel único momento de
la movilización de las tropas francesas
a comienzos de la Primera Guerra Mundial,
en París. Cuatro de sus artículos
aparecieron en la revista Scribner's
Magazine, en 1915. "In Alsace" apareció el mismo año en
The Saturday Evening Post. Fighting France: From Dunkerque to Belfort fue
publicado en 1915 por Charles Scribner's
Sons.
Párrafos
… Aquella noche, en un restaurante de la rue Royale,
nos sentamos a una mesa en una de las ventanas abiertas, a la altura de la
calle, y vimos pasar a las extrañas multitudes. En un instante se nos mostró lo
que era la movilización: una gran interrupción en el flujo normal del tráfico,
como la ruptura repentina de un dique.
La calle se inundó con el torrente de gente que
pasaba hacia las distintas estaciones de tren. Todos iban a pie y llevaban su
equipaje porque desde el amanecer todos los taxis y ómnibus habían
desaparecido. La Oficina de Guerra había tirado su red y los había atrapado a
todos. La multitud que pasaba frente a nuestra ventana estaba compuesta
principalmente por reclutas, los movilizables del primer día, que se dirigían a
la estación acompañados de sus familiares y amigos. Pero entre ellos había
pequeños grupos de turistas y huérfanos desconcertados atrapados en las mareas
cruzadas corriendo hacia una turbulencia.
En el restaurante la banda adornada y vestida de
rojo, derramaba música patriótica y los intervalos se rompían por la siempre
recurrente obligación de pararse por la Marsellesa, por Dios, por God Save the
King, por el himno ruso, por la Marsellesa de nuevo.
A medida que avanzaba la noche y la multitud
alrededor de nuestra ventana se espesaba, los vagabundos de afuera comenzaron a
unirse a las canciones de guerra. "Allons, debout!", Y la ronda leal
comienza de nuevo. "La chanson du depart" es una demanda frecuente, y
el coro de espectadores repite rotundamente.
Una especie de humor tranquilo era la nota de la
calle. Por la rue Royale, hacia la Madeleine, las bandas de otros restaurantes
atraían a otras multitudes, y los estribillos marciales se colgaban a lo largo
del bulevar como sus guirnaldas de luces de arco. Fue una noche de cantos y
aclamaciones, no bulliciosa, sino galante y decidida.
Mientras tanto, más allá de la franja de holgazanes,
el flujo constante de reclutas seguía fluyendo. Esposas y familias marchaban a
su lado, cargando todo tipo de extrañas bolsas y bultos improvisados. La
impresión que se desprendió de toda esta confusión superficial fue la de una
alegre firmeza de espíritu. Los rostros que pasaban incesantemente eran serios
pero no tristes. Tampoco había ningún aire de desconcierto. Todos estos
muchachos parecían saber de qué se trataba y por qué lo hacían.
Al día siguiente el ejército de viajes de verano fue
inmovilizado para permitir que el otro ejército se moviera. No más precipitaciones
salvajes a la estación, no más sobornos a los conserjes, vanas búsquedas de
taxis invisibles, ansiosas horas de espera en la cola en Cook's. Ningún tren se
movía excepto para llevar soldados, y los civiles que no habían sobornado y se
habían atascado en un agujero de los vagones atestados que salían la primera
noche solo podían regresar por las calurosas calles hasta su hotel y esperar.
Regresaron, decepcionados pero medio aliviados, al vacío rotundo de los
pasillos sin portero, los restaurantes sin camareros, los ascensores inmóviles:
a la vida extraña e inconexa de los hoteles de moda reducidos de repente a la
intimidad y la improvisación de una pensión del Barrio Latino.
Mientras tanto, era extraño observar la paulatina
parálisis de la ciudad. Así como los motores, taxis, y furgonetas se habían
desvanecido de las calles, los animados y pequeños vapores habían abandonado el
Sena. Los barcos del canal también habían desaparecido o permanecían inmóviles:
la carga y descarga había cesado. Cada gran apertura arquitectónica enmarcaba
un vacío; todas las infinitas avenidas se extendían hasta distancias
desérticas.
En los parques y jardines nadie rastrillaba los
senderos. Las fuentes dormían en sus cuencas, los gorriones preocupados
revoloteaban sin comer, y los perros, que habían abandonado sus hábitos
cotidianos, vagaban inquietos en busca de ojos familiares.
Paris, tan intensamente consciente pero tan
extrañamente fascinada, parecía haber sido inyectada con curare en todas sus
venas.
Al día siguiente, el 2 de agosto, desde la terraza
del Hotel de Crillon, uno miraba hacia abajo y veía el primer leve movimiento
de volver a la vida. De vez en cuando un taxi cruzaba la Place de la Concorde,
llevando soldados a las estaciones. Otros reclutas, en destacamentos, pasaban a
pie con bolsas y pancartas. Un destacamento se detuvo ante la estatua de
Estrasburgo con velo negro y puso una guirnalda a sus pies. (Párrafos de Fighting France: From Dunkerque to Belport,
by Edith
Wharton.)
Para saber
Los
franceses entraron en la Primera
Guerra Mundial en agosto de 1914 en una oleada de fervor patriótico, pero
en pocas semanas París fue bombardeada
por las naves y artillería alemanas. Los parisinos soportaron la falta de
comida, el racionamiento y una epidemia de gripe, pero la moral permaneció alta
casi hasta cerca del fin de la guerra.
Con la partida de los jóvenes al frente de batalla
las mujeres tuvieron un mayor protagonismo en los trabajos. La ciudad también
vio un gran ingreso de inmigrantes que iban a trabajar en las fábricas.
El 31 de julio uno de los líderes de la izquierda
francesa, el socialista Jean Jaurés,
ferviente opositor a la guerra, fue
asesinado en Montmartre.
La mayoría de los hombres en edad militar debieron
reportarse el 2 de agosto a los cuarteles para la movilización. El comando de
la armada esperaba que un trece por ciento de los hombres no apareciera, pero
para su sorpresa solo un uno por ciento no acató las órdenes.
El poeta y novelista Anatole France,
a la edad de 70 años, se reportó en los cuarteles para mostrar su apoyo.
El 3 de agosto Alemania
declaró la guerra a Francia.
De la web
Lili Marleen. Marlene Dietrich singing Lili Marleen,
in German.
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Fuentes
Fighting France: From Dunkerque to
Belfort, From Wikipedia
Fighting France: From Dunkerque to
Belfort, from Digital.Library
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