¿Dónde no han estado los gringos, en sus colonialismos e invasiones? Los de abajo estuvieron asediados por tribus afganas en las frontera entre India y Afganistán, con la particularidad que entre la tropa se encontraba un tal Winston Churchill, que más adelante enfrentaría a Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Lo interesante es que aun hoy, más de 100 años después, siguen enfrentando a los Pashtun en las regiones entre Afganistán e India. Y para destacar: Churchill ensaya la respuesta a cómo es que se levantaron 10.000 soldados nativos sin que los ingleses se enteraran. Aquí unos párrafos de su libro The Story of the Malakand Field Force…
El contacto con la civilización ataca la ignorancia y la credulidad, de las que dependen la riqueza y la influencia de los mulás. Una combinación general de las fuerzas religiosas de la India contra ese gobierno civilizador y educador, que inconscientemente mina la fuerza de la superstición, es uno de los peligros del futuro…
Tropas británicas y sikhs pelearon en Malakand
La historia
Winston
Churchill murió en 1965 y fue Primer Ministro de Gran Bretaña. Churchill también fue oficial de la armada, historiador y escritor.
Ganó el premio Nobel de literatura en
1953.
En 1897 los británicos
fueron asediados por tropas Pashtun. Saidullah lideró un ejército de 10.000 hombres contra la guarnición británica en
Malakand. Aunque las fuerzas británicas estaban divididas entre un número
de posiciones pobremente defendidas, la
pequeña guarnición de Malakand South y el fuerte de Chakdara fueron capaces de
defender sus posiciones por seis días.
Del libro de Churchill
… En un intento de explicar las causas de la gran
sublevación tribal de 1897, estas dificultades se ven aumentadas por el hecho de
que ningún europeo puede medir los motivos o asumir los puntos de vista de los
asiáticos. Sin embargo, es imposible pasar por alto la cuestión y, haciendo
caso omiso de los detalles, intentaré indicar al menos algunas de las fuerzas
más importantes y evidentes que han conducido a la formidable combinación a la
que se ha enfrentado el poder británico en la India.
El incidente más notable de la "política de
avance" ha sido la retención de Chitral. Las guarniciones, la carretera,
las levas tribales han hecho que los miembros de las tribus se den cuenta de la
proximidad y el avance de la civilización. Es posible que, a pesar de todo su
amor por la independencia, la mayoría de los habitantes de las montañas
hubieran estado dispuestos, hasta que sus libertades se vieron realmente
recortadas, a permanecer en una sumisión pasiva, apaciguados por el aumento de
la prosperidad material. Durante los dos años que la bandera británica había
ondeado sobre Chakdara y Malakand, el comercio del valle de Swat casi se había
duplicado. A medida que el sol de la civilización se elevaba sobre las colinas,
las hermosas flores del comercio se desplegaron y las corrientes de oferta y
demanda, hasta entonces congeladas por la escarcha de la barbarie, se
descongelaron. La mayor parte de la población nativa se contentó con disfrutar
del calor agradable y las riquezas y comodidades recién descubiertas. Durante
dos años, los relevos habían ido y venido de Chitral sin que se disparara un
tiro. No se había robado ni una sola bolsa de correos, ni se había asesinado a
ningún mensajero. Los oficiales políticos que viajaban libremente entre los
feroces hombres de las colinas fueron invitados a solucionar sus problemas, los
que hubieran sido tratados por las fuerzas armadas.
Pero una sola clase había visto con rápida
inteligencia e intensa hostilidad la aproximación del poder británico. El
sacerdocio de la frontera afgana reconoció al instante el pleno significado de
la ruta de Chitral. La causa de su antagonismo no es difícil de discernir. El
contacto con la civilización ataca la ignorancia y la credulidad, de las que
dependen la riqueza y la influencia de los mulás. Una combinación general
de las fuerzas religiosas de la India contra ese gobierno civilizador y
educador, que inconscientemente mina la fuerza de la superstición, es uno de
los peligros del futuro. Aquí el islamismo fue amenazado y resistido. Se inició
una agitación vasta, pero silenciosa. Mensajeros iban y venían entre las
tribus. Se susurraban rumores de guerra, una guerra santa, a una raza
intensamente apasionada y fanática. Se emplearon vastos y misteriosos agentes,
cuya fuerza es incomprensible para las mentes racionales. Cerebros más astutos
que los que producen los valles salvajes del norte dirigieron los preparativos.
El estímulo secreto llegó del sur, de la propia India. Se brindó apoyo y
asistencia reales desde Kabul.
En esa extraña penumbra de ignorancia y
superstición, asaltadas por terrores y dudas sobrenaturales y atraídas por
esperanzas de gloria celestial, las tribus aprendieron a esperar
acontecimientos prodigiosos. Algo estaba por llegar. Un gran día para su raza y
su fe estaba próximo. Pronto llegaría el momento. Debían estar alerta y
preparados. Las montañas se llenaron de explosivos como un polvorín. Sin
embargo, faltaba la chispa.
Finalmente llegó el momento. Una extraña combinación
de circunstancias operó para mejorar la oportunidad. La victoria de los turcos
sobre los griegos, la circulación del libro del Amir sobre la "Yihad",
su asunción de la posición de califa del Islam y muchos escritos indiscretos en
la prensa angloindia se unieron para producir un "auge" del islamismo.
El momento era propicio, y el hombre no carecía de
él. Lo que Pedro el Ermitaño fue para los obispos y cardenales regulares de la
Iglesia, el Mulá Loco fue para el sacerdocio ordinario de la frontera afgana. Un
entusiasta salvaje, convencido a la vez de su misión divina y de sus poderes
milagrosos, predicó una cruzada, o Yihad, contra los infieles. La mina fue
encendida. La llama se extendió por el suelo. Las explosiones estallaron en
todas direcciones. Las reverberaciones aún no se han extinguido.
Por grandes y extensos que fueran los preparativos,
no fueron visibles para los vigilantes agentes diplomáticos que mantenían las
relaciones del Gobierno con los miembros de la tribu. Tan extraordinaria es la
inversión de ideas y motivos entre esas gentes que puede decirse que quienes
mejor las conocen, las conocen menos, y cuanta más lógica es la mente del
estudiante, menos capaz es de entender el tema. En cualquier caso, entre estos
hombres capaces que diligentemente recogieron información y observaron el
estado de ánimo, no hubo ninguno que se diera cuenta de las fuerzas latentes
que se estaban acumulando por todos lados. La extraña traición de Maizar en
junio fue un destello pasajero. Sin embargo, nadie vio el peligro. No fue hasta
principios de julio cuando se advirtió que había un movimiento fanático en el
Alto Swat. Incluso entonces se desestimó su importancia. Se sabía que había
llegado un faquir loco. Su poder seguía siendo un secreto. No lo siguió siendo
durante mucho tiempo.
Es, gracias a Dios, difícil, si no imposible, para
el europeo moderno apreciar plenamente la fuerza que el fanatismo ejerce entre
una población oriental, ignorante y belicosa. Han transcurrido varias
generaciones desde que las naciones de Occidente desenvainaron la espada en la
controversia religiosa, y los malos recuerdos del sombrío pasado pronto se han
desvanecido ante la luz fuerte y clara del racionalismo y la simpatía humana.
De hecho, es evidente que el cristianismo, por muy degradado y distorsionado
que esté por la crueldad y la intolerancia, siempre debe ejercer una influencia
modificadora sobre las pasiones de los hombres y protegerlos de las formas más
violentas de la fiebre fanática, como nos protegen de la viruela la vacunación.
Pero la religión islamita aumenta, en lugar de disminuir, la furia de la
intolerancia. Originalmente se propagó por la espada, y desde entonces sus
devotos han estado sujetos, más que las personas de todos los demás credos, a
esta forma de locura. En un momento, los frutos del trabajo paciente, las
perspectivas de prosperidad material, el miedo a la muerte misma, se dejan de
lado. Los pastunes, más emotivos, no pueden resistirse. Olvidan todas las
consideraciones racionales. Se apoderan de sus armas y se convierten en ghazis,
tan peligrosos y sensatos como perros rabiosos: dignos de ser tratados sólo
como tales. Mientras que los espíritus más generosos de los miembros de las
tribus se convulsionan en un éxtasis de sed de sangre religiosa, las almas más
pobres y más materiales reciben impulsos adicionales de la influencia de los
demás, de las esperanzas de saqueo y de la alegría de luchar. De este modo,
naciones enteras se alzan a las armas. Así, los turcos repelen a sus enemigos,
los árabes del Sudán rompen los cuadros británicos y el levantamiento en la
frontera india se extiende por todas partes. En cada caso, la civilización se
enfrenta al islamismo militante. Las fuerzas del progreso chocan con las de la
reacción. La religión de la sangre y la guerra se enfrenta a la de la paz.
Afortunadamente, la religión de la paz suele ser la mejor armada.
La extraordinaria credulidad de la gente es difícil
de concebir. Si el Mulá Loco los hubiera llamado a seguirlo para atacar
Malakand y Chakdara, se habrían negado. En cambio, hizo milagros. Se sentaba en
su casa y todos los que iban a visitarlo le traían una pequeña ofrenda de
comida o dinero, a cambio de lo cual les daba un poco de arroz. Como sus
provisiones se reponían continuamente, podía afirmar que había alimentado a
miles. Afirmaba que era invisible de noche. Al mirar dentro de su habitación,
no vieron a nadie. Ante estas cosas se maravillaron. Finalmente, declaró que
destruiría al infiel. No quería ayuda. Nadie debería compartir los honores. Los
cielos se abrirían y descendería un ejército. Cuanto más protestaba que no los
quería, más acudían. De paso mencionó que serían invulnerables; otros agentes
añadieron argumentos. Me mostraron un pergamino capturado, en el que está
representada la tumba del Ghazi -el que ha matado a un infiel- en el cielo, no
menos de siete grados por encima de la propia Caaba. Incluso después de la
lucha, cuando los miembros de la tribu retrocedieron ante el terrible ejército
que habían atacado, dejando a una cuarta parte de sus hombres en el campo de
batalla, la fe de los sobrevivientes se mantuvo inquebrantable. Sólo los que
dudaron habían perecido, dijo el Mulá, y mostraban una contusión que era, según
les informó, el único efecto de un proyectil de metralla de doce libras sobre
su sagrada persona… (The
Story of the Malakand Field Force, chapter 3, by Winston Churchill)
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Fuentes
Siege of Malakand,
Wikipedia
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