sábado, 16 de abril de 2016

Quentin Durward

Quentin Durward, de Sir Walter Scott, trata sobre un arquero escocés al servicio del rey de Francia Luis XI, en el siglo 15.

Algunos párrafos en castellano de la novela de aventuras de Walter Scott, Quentin Durward

 

Párrafos

La última parte del siglo XV preparó una serie de eventos futuros que terminaron elevando a Francia a ese estado de poder formidable, que desde entonces ha sido, en ocasiones, el principal objeto de los celos de las otras naciones europeas. Antes de ese período tuvo que luchar por su propia existencia con los ingleses, mientras que los esfuerzos máximos de su Rey, y la gallardía de su pueblo, apenas podían proteger el país del yugo extranjero.

Tampoco fue este su único peligro. Los príncipes que poseían los grandes feudos de la corona, y, en particular, los duques de Borgoña y de Bretaña, habían llegado a usar sus lazos feudales tan a la ligera que no tenían escrúpulos en levantarse contra su señor y soberano, el rey de Francia. En tiempos de paz, fueron príncipes absolutos en sus propias provincias, y la casa de Borgoña, una de las regiones más bellas y ricas de Flandes, fue tan poderosa como la corona francesa.

A imitación de los grandes feudatarios cada vasallo inferior de la corona asumió la mayor independencia que pudo del poder soberano y estos pequeños tiranos, ya no susceptibles al ejercicio de la ley, perpetraron con impunidad los excesos más salvajes de la opresión y la crueldad. Se conoció un informe en Auvergne que contabilizó más de trescientos de estos nobles independientes, a los que el incesto, el asesinato, y la rapiña fueron las acciones más comunes y conocidas.

Además de estos males, otro, que brota de las guerras continuas entre el francés y el inglés, añadió más miseria a este preocupado reino. Numerosos cuerpos de soldados, asociados en bandas, bajo el mando de oficiales elegidos por ellos, de entre los aventureros más valientes y exitosos, se habían formado en varias partes de Francia, provenientes de la falta de mano de obra de los demás países. Estos combatientes asalariados vendían sus espadas al mejor postor, y, cuando dicho servicio no era necesario hacían la guerra por su cuenta, tomando castillos y torres, utilizándolos como lugares de retiro, haciendo prisioneros, pidiendo rescates, exigiendo tributos y adquiriendo por su rapiña los epítetos de Tondeurs y Ecorcheurs

… Una deliciosa mañana de verano, antes de que el sol asumiera su poder abrasador, y mientras el rocío todavía se enfriaba y perfumaba el aire, un joven, que venía del nordeste, se acercó al vado de un pequeño río...

En la orilla del arroyo, opuesta a la que se acercaba el viajero, dos hombres, en una profunda conversación, parecían, de vez en cuando, ver sus movimientos pues desde el lugar en el que estaban podían comentarle…

La edad del joven viajero podría ser entre unos diecinueve o veinte años, y su rostro y la persona, que eran muy atractivos, no obstante, no pertenecían al país en el que ahora era un forastero. Su corta capa gris era más bien flamenca que francesa, mientras que el elegante gorro azul, con una sola ramita de acebo y una pluma de águila, lo reconocían como de Escocia. Sus ropas eran muy ordenadas, con la precisión de un joven consciente de poseer una buena presencia. Tenía a sus espaldas una mochila, que parecía contener un par de cosas necesarias, un guante de halcón en su mano izquierda, a pesar de que no llevaba pájaro, y en la derecha una lanza de cazador. Por encima de su hombro izquierdo colgaba un pañuelo bordado que sostenía una pequeña bolsa de terciopelo escarlata, utilizado por los cazadores de distinción para llevar la comida a sus halcones, y otros asuntos que pertenecen a ese deporte tan admirado. Esto era cruzado por otro cinturón de hombro, del que colgaba un cuchillo de caza. En lugar de las botas de la época, llevaba borceguíes de piel de ciervo.

Aunque su forma aún no había alcanzado su plena capacidad, era alto y activo, y la ligereza del paso con la que avanzaba mostraba que su modo de viajar era placentero. Su tez era blanca, a pesar de un tono general más oscuro, que el sol extranjero, o la exposición constante a la naturaleza en su propio país habían bronceado.

Su rostro era franco, abierto y agradable. Una media sonrisa, que parecía surgir de la felicidad, mostraba unos dientes parejos, y tan puros como el marfil; mientras que sus brillantes ojos azules tenían una mirada apropiada para cada objeto, que expresaba el buen humor, la ligereza del corazón, y la resolución determinada... (Traducción propia de Quentin Durward, de Walter Scott)

Quentin Durward 1823
Quentin, first edition

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