Las
almas de los negros (The
Souls of Black Folk) es una obra clásica de la literatura norteamericana
escrita por W. E. B. Du Bois. Se
publicó en 1903 y contiene varios ensayos sobre la raza.
Para desarrollar su trabajo Du Bois sacó de su propia experiencia como afro-americano en la sociedad
norteamericana.
En Las almas
de los negros Du Bois usó el término
"double consciousness", con la idea de que las personas de color
deben tener dos visiones a la vez. Deben ser conscientes de cómo se ven ellos
mismos y como los ve el mundo.
A continuación algunos párrafos de este ensayo…
Párrafos
Entre el otro mundo y yo siempre hay una pregunta no
formulada... Todos, sin embargo, revolotean alrededor de ella. Se acercan a mí
vacilantes, me miran con curiosidad o compasión, y luego, en lugar de decir
directamente: ¿Cómo se siente ser un problema? Dicen, conozco un excelente
hombre de color en mi pueblo, o luché en Mechanicsville, o ¿No hacen estos
ultrajes del sur que tu sangre hierva? Entonces sonrío, o estoy interesado, o
reduzco el hervir a un fuego lento, de acuerdo a la ocasión. A la pregunta real,
¿Cómo se siente ser un problema? Raramente respondo.
Y, sin embargo, ser un problema es una experiencia
extraña, especialmente para quien nunca ha sido otra cosa, excepto quizá en la
niñez y en Europa. Es en los primeros días de la infancia que la revelación
estalla sobre uno, todo en un día, por así decirlo. Recuerdo bien cuando la
sombra se extendió a través de mí. Yo era pequeño, en las colinas de Nueva
Inglaterra, donde el oscuro Housatonic corre entre Hoosac y Taghkanic al mar.
En una vieja escuela de madera, algo se les puso a los chicos de comprar
magníficas tarjetas de visita, a diez centavos el paquete, e intercambiarlas.
El intercambio fue alegre, hasta que una niña alta, una recién llegada, rechazó
mi tarjeta, perentoriamente, con una mirada. Entonces se me ocurrió que yo era
diferente de los demás. O igual en el corazón y la vida y el anhelo, pero
excluidos de su mundo por un vasto velo. Después no tuve deseos de derribar ese
velo, de arrastrarme. Tenía todo más allá en desprecio común, y vivía por
encima en una región de cielo azul y grandes sombras errantes. Ese cielo era
más azul cuando podía vencer a mis compañeros en el examen, o ganarles, o
incluso golpear sus cabezas filosas. ¡Ay!, con los años todo este fino
desprecio comenzó a desvanecerse porque las palabras que anhelaba y todas sus
deslumbrantes oportunidades eran de ellos, no mías. Pero no deberían guardar
estos premios, dije, algunos, todos, se los arrancaría. La manera en que lo
haría no podía saberlo: leyendo la ley, curando a los enfermos, contando las
maravillosas historias que giraban en mi cabeza. Con otros chicos negros la
lucha no era tan feroz: su juventud se encogía con la insípida adulación, o en
el odio silencioso del mundo pálido que los rodeaba y la desconfianza burlona
de todo lo blanco. O se desperdició en un amargo clamor: ¿Por qué me hizo Dios
un proscrito y un extraño en mi propia casa? Las sombras de la prisión se
cerraban alrededor de nosotros: muros estrechos y obstinados hasta los más
blancos, pero inexorablemente estrechos, altos y despreciables para los hijos
de la noche que debían oscurecer sombríos en la resignación o golpear las
palmas de las manos contra la piedra o constantemente, medio desesperados,
mirar la raya de azul arriba.
Después de los egipcios e indios, los griegos y los
romanos, los teutones y los mongoles, el negro es una especie de séptimo hijo,
nacido con un velo y dotado de segunda vista en este mundo americano, un mundo
que no le da un verdadero yo, consciencia, sino que sólo le permite verse a sí
mismo a través de la revelación del otro mundo. Es una sensación peculiar, esta
doble consciencia, esta sensación de mirarse siempre a través de los ojos de
los demás, de medir el alma por medio de la cinta de un mundo que mira con
desprecio y piedad. Uno siente siempre su dualidad, un americano, un negro. Dos
almas, dos pensamientos, dos esfuerzos no reconciliados. Dos ideales en guerra
en un cuerpo oscuro, cuya fuerza obstinada por sí sola la mantiene de ser
desgarrada.
La historia del negro americano es la historia de
esta lucha, este anhelo de alcanzar la consciente hombría de sí mismo, de
fundir su doble yo en un ser mejor y más verdadero. En esta fusión no quiere
que ninguno de los seres viejos se pierda. Él no africanizaría Estados Unidos,
porque Estados Unidos tiene demasiado que enseñar al mundo y a África. No
blanquearía su alma negra en una corriente de americanismo blanco, porque sabe
que la sangre negra tiene un mensaje para el mundo. Simplemente quiere hacer
posible que un hombre sea tanto negro como americano, sin ser maldecido y
escupido por sus semejantes, sin que las puertas de la oportunidad se cierren
bruscamente en su rostro.
Este, entonces, es el fin de su lucha: ser compañero
en el reino de la cultura, escapar a la muerte y a la desolación, casarse y
usar sus mejores poderes y su genio latente. Estos poderes del cuerpo y de la
mente han sido en el pasado extrañamente desperdiciados u olvidados… (Párrafos
de Las almas de los
negros, de W. E. B. Du Bois)
Niágara líderes: Du Bois es el que está sentado |
Para saber
William
Edward Burghardt Du Bois (1868 - 1963) fue sociólogo,
historiador, activista de los derechos civiles, escritor y editor norteamericano.
Nacido en Great Barrington,
Massachusetts, Du Bois creció en una comunidad relativamente tolerante. Fue
el primer afro americano en obtener un doctorado. Du Bois
fue uno de los fundadores de la National
Association for the Advancement of Colored People (NAACP) en 1909.
Du
Bois
se hizo conocido como líder del Niagara
Movement, un grupo de activistas que querían iguales derechos para los
negros.
El racismo
fue su principal objetivo y protestó contra el
linchamiento, las leyes Jim
Crow y la discriminación en la educación y en el trabajo.
Su obra Black
Reconstruction in America, de 1935, desafió el pensamiento de la época que
los negros fueron los responsables por el fracaso de la era de la
reconstrucción.
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