lunes, 20 de octubre de 2014

Mamá

… Pero después de la cena, por desgracia, estaba obligado a dejar a mamá, que se quedaba hablando con los otros, en el jardín si el tiempo estaba bien o en el pequeño salón donde todo el mundo se refugiaba cuando estaba húmedo. Todos estaban de acuerdo excepto mi abuela, quien sostenía que "es una lástima encerrarse en el campo", y solía mantener largas discusiones con mi padre sobre los días muy húmedos, porque me enviaba a mi cuarto con un libro en vez de dejarme afuera. "Esa no es la manera de hacerlo fuerte y activo," decía con tristeza, "especialmente este pequeño que necesita toda la fuerza y ​​el carácter que pueda conseguir." Mi padre se encogía de hombros y estudiaba el barómetro porque se interesaba por la meteorología, mientras mi madre, manteniéndose muy tranquila, lo miraba con tierno respeto, no queriendo penetrar en los misterios de la mente superior. Pero mi abuela, en cualquier tiempo, incluso cuando la lluvia caía a torrentes y Françoise se había precipitado en el interior con los preciosos sillones de mimbre para que no se mojaran, caminaba por el desierto jardín, empujando hacia atrás su cabello gris para que las cejas pudieran ser más libres para empaparse de las corrientes de aire que provenían del viento y la lluvia. Ella decía: "¡Por fin se puede respirar!" y caminaba por los empapados senderos, demasiado rectos para su gusto,  debido a la falta de cualquier sentimiento por la naturaleza en el nuevo jardinero, a quien mi padre había estado preguntando toda la mañana si el tiempo iba a mejorar, con sus pequeños pasos regulados por la embriaguez de la tormenta, la fuerza de la higiene, la estupidez de mi educación y de la simetría en los jardines, en lugar de la ansiedad por salvar su falda de color ciruela de las manchas de barro en las que desaparecería gradualmente a una profundidad que siempre proporcionaba preocupación a su sirvienta.

Solo una cosa evitaba que mi abuela siguiera dando vueltas alrededor de la casa, cuando mi tía abuela la llamaba: “¡Bathilde, ven a detener a tu marido, está bebiendo brandy!” Simplemente para burlarse de ella mi tía abuela utilizaba a mi abuelo, que tenía prohibido los licores. Mi pobre abuela venía y rogaba a su marido que no probara bebidas. El se molestaba y tragaba unas pocas gotas. Ella salía de nuevo triste y desanimada, pero todavía sonriendo, porque era tan humilde y tan dulce que su dulzura hacia los demás, y su subordinación continua de sí misma y de sus
Proust and friends
Marcel Proust and Lucien Daudet
propios problemas, aparecían en su rostro y se mezclaban en una sonrisa que, a diferencia de los que se observan en la mayoría de los rostros humanos, no tenía ningún rastro de ironía. De sus ojos parecían brotar besos para todos nosotros. Los tormentos infligidos por mi tía abuela, la visión de las súplicas vanas de mi abuela, me llenaban de tal horror que deseaba golpear a mi tía abuela. Y, sin embargo, tan pronto como la oía "¡Bathilde! ¡Ven a detener a tu marido!" en mi cobardía hacía lo que todos los hombres hacen cuando se enfrentan con el sufrimiento y la injusticia.  Corría hasta la parte superior de la casa a llorar en una pequeña habitación al lado de la sala de estudio y bajo el techo, que olía a raíces y grosella. En realidad esta sala, desde donde podía ver  la torre de Roussainville-le-Pin, fue durante mucho tiempo mi lugar de refugio, sin duda, porque era la única habitación que se me permitía cerrar, cada vez que necesitaba una soledad inviolable; leer o soñar. Poco sabía yo que mi falta de fuerza de voluntad, mi delicado estado de salud, y la consiguiente incertidumbre en cuanto a mi futuro pesaban mucho más en la mente de mi abuela que cualquier pequeña infracción por parte de su marido.
Mi único consuelo cuando subía por la noche era que mamá venía a besarme cuando estaba en cama. Pero esta buena noche duraba poco tiempo: era para mí un momento doloroso cuando bajaba de nuevo y escuchaba el sonido de su vestido de muselina azul de jardín, del que colgaban pequeñas borlas de paja trenzada, crujiendo por el corredor.  Tanto me gustaba el beso de la buena noche que llegué a tener la esperanza de que viniera lo más tarde posible para prolongar el período de espera. A veces deseaba decirle "bésame sólo una vez más," pero sabía que se iba a disgustar, ya que esta ceremonia siempre molestaba a mi papá. Y molestarla a mamá significaba destruir la tranquilidad que había traído un momento antes cuando inclinara su dulce rostro para darme un beso. Y aún esos cortos períodos de tiempo en que mamá se quedaba eran dulces comparados con aquellos días en los que teníamos visitas y no podía subir. Nuestros invitados se limitaban a M. Swann quien, aparte de unos pocos visitantes desconocidos, era casi la única persona que venía a la casa de Combray. Algunas veces venía a cenar (pero con menor frecuencia desde su matrimonio ya que en mi familia su esposa no era bien recibida) y otras veces después de cenar…. (traducción y adaptación propia de Swann´s Way, by Marcel Proust)

El autor
Marcel Proust nació en Auteuil  en la casa de su tío abuelo, dos meses después de que el tratado de Frankfurt finalizara formalmente la guerra Franco-Prusiana. Su nacimiento tuvo lugar durante la violencia que rodeó a la Comuna de Paris y su niñez corresponde a la consolidación de la Tercera República Francesa. Muchos de los temas en In Search of Lost Time tienen que ver con los grandes cambios, particularmente el declinar de la aristocracia y el nacimiento de la clase media.
El papá de Marcel fue un patólogo y epidemiólogo eminente, autor de numerosos artículos y libros de medicina e higiene. Su mamá fue la hija de una rica familia judía de Alsacia.

Referencias
Swann´s Way, by Marcel Proust


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