Donde Emily queda sola, y sin medios para
mantenerse. El pueblo la ve como un símbolo del pasado. No se le cobran
impuestos. Se aísla del mundo, vive sola y no comparte con nadie. Se enamora de
Homer y compra arsénico del farmacéutico del pueblo.
Es de notar las costumbres de la época relacionada
con los negros: quién engendró el edicto que ninguna
negra debía aparecer en las calles sin un delantal…
Al final el vocabulario: alderman y la película basada en el cuento
de William Faulkner con Anjelica Huston.
Algunos párrafos del cuento de William Faulkner, Un rosa para Emily
Párrafos
… Cuando la señorita Emily Grierson murió, nuestro
pueblo entero fue a su funeral: los hombres por una especie de respeto por un
monumento caído, las mujeres, en su mayoría, por la curiosidad de ver el
interior de la casa, que nadie, salvo el viejo sirviente, una combinación de
jardinero y cocinero, había visto en los últimos diez años…
En vida la señorita Emily había sido una tradición,
una responsabilidad. Una especie de obligación heredada en el pueblo, que
databa de aquel día en 1894 cuando el coronel Sartoris, el alcalde, quién
engendró el edicto que ninguna negra debía aparecer en las calles sin un
delantal, condonó sus impuestos, una dispensa que iba desde la muerte de su
padre a perpetuidad.
Cuando las próximas generaciones, con sus ideas más
modernas, se hicieron alcaldes y concejales, este arreglo originó algo de
insatisfacción. El primer día del año ellos le mandaron una notificación. Vino
febrero y no hubo respuesta. Una semana después el alcalde en persona le
escribió, ofreciendo ir o enviar su auto para ella, y recibió como respuesta
una nota en papel, de una forma arcaica, en una caligrafía delgada, en tinta
desteñida, que le informaba que ella ya no salía. La notificación estaba
también adjuntada, sin un comentario.
Se llamó a una reunión especial. Una delegación tocó
a su puerta, a través de la cual ningún visitante había pasado desde que dejara
de dar lecciones de pintura sobre cerámica ocho o diez años antes. Fueron
admitidos por un negro viejo a un sombrío pasillo en el cual una escalera montaba
hacia más sombras. Se olía a polvo y desuso. Un olor a humedad y oscuridad. El
negro les mostró la sala. Estaba amoblada con muebles cubiertos de cuero.
Cuando el negro abrió una de las persianas pudieron ver que el cuero estaba
rajado. Y cuando se sentaron un leve polvo se elevó lentamente sobre sus
piernas, tejiendo con motas lentas en los simples rayos del sol. Sobre un
desteñido atril frente a la chimenea se ubicaba un retrato en crayón del padre
de la señorita Emily.
Se levantaron cuando ella entró, una mujer pequeña y
gorda de negro, con una delgada cadena de oro, descendiendo a su cintura y
desapareciendo en su cinto, apoyándose en un bastón de ébano con un cabo de oro
desteñido. Su esqueleto era pequeño y enjuto. Tal vez por eso lo que hubiera sido
simplemente una persona rellenita era en ella obesidad. Se veía hinchada, como
un cuerpo sumergido por algún tiempo en agua y de una tez pálida. Sus ojos,
perdidos en las gordas arrugas de su cara, parecían dos pequeños carbones
presionados en una masa mientras se movían de una a otra cara mientras los
visitantes manifestaban los motivos de su visita.
No los invitó a sentarse. Solo se mantuvo en la
puerta y escuchó en silencio hasta que el vocero llegó a un vacilante final.
Luego pudieron escuchar el sonido del invisible reloj al final de la cadena de
oro.
Su voz fue seca y fría.
—No tengo impuestos en Jefferson. El coronel
Sartoris me lo explicó. Tal vez alguno de ustedes puede acceder a los registros
de la ciudad y comprobarlo.
—Pero nosotros tenemos… Nosotros somos las
autoridades de la ciudad, señorita Emily. ¿No recibió una carta del sheriff,
firmada por él?
—He recibido un papel, sí. —Dijo la señorita Emily
—. Tal vez él se considera sheriff… No tengo impuestos en Jefferson.
—Pero no hay nada en los libros que muestre eso.
Tenemos que regirnos por…
—Vean al coronel Sartoris…
Por lo que ella los venció, como había vencido a sus
padres treinta años antes del olor.
Eso fue dos años después de la muerte de su padre y
un poco tiempo después que su novio, el que pensamos que se casaría con ella,
la abandonara. Después de la muerte de su padre ella salió muy poco. Después de
la desaparición de su novio la gente apenas la vio. Algunas pocas damas
tuvieron la temeridad de llamar a su casa pero no fueron recibidas, y el único
signo de vida en el lugar era el negro, un hombre joven entonces, yendo y
viniendo con una canasta.
—Cómo si un hombre, cualquier hombre, pudiera
mantener adecuadamente una cocina —dijeron las señoras.
Por lo que no se sorprendieron cuando el olor
empezó…
Al día siguiente el alcalde recibió dos quejas más,
una de parte de un hombre.
—Debemos hacer algo al respecto, juez. Sería el
último en el mundo en molestar a la señorita Emily, pero tenemos que hacer
algo…
Entonces la siguiente noche, después de medianoche,
cuatro hombres cruzaron el jardín de la señorita Emily y se movieron alrededor
de la casa como ladrones, oliendo los cimientos de ladrillo y la puerta del
sótano, mientras uno de ellos movía sus manos como expandiendo algo que sacaba de
un saco en su hombro. Abrieron la puerta del sótano y tiraron cal…
Aquella vez fue cuando la gente empezó a sentir
lástima por ella. La gente de nuestro pueblo, recordando como la vieja señora
Wyatt, su tía abuela, se había vuelto completamente loca al final, creía que
los Griersons se tenían en demasiada auto estima. Ningún joven era lo
suficientemente bueno para la señorita Emily…
Cuando su papá murió, se supo que la casa era todo
lo que le había dejado, y en cierta forma la gente estuvo contenta. Al fin
ellos podrían sentir lástima por la señorita Emily. Al quedar sola, y en la
ruina, ella se humanizaba. Ahora ella también sabría de la vieja desesperación
por un penique más o menos…
La ciudad acababa de firmar los contratos para la
pavimentación de las veredas, y en el verano, después de la muerte del padre,
ellos comenzaron a trabajar. La constructora vino con negros y mulas y
maquinarias, y un capataz de nombre Homer Barron, un yankee, un hombre grande,
moreno, con una gran voz y ojos más claros que su cara. Los pequeños lo seguían
en grupos para escucharlo maldecir a los negros, y los negros cantaban al
tiempo que trabajaban con sus picos. Pronto se hizo conocido en todo el
pueblo. Donde sea que se escuchaba mucha risa a la vuelta de la esquina, Homer
Barron estaba en el medio… (Un rosa para
Emily, de William Faulkner,
traducción y adaptación propia.)
When the next generation, with its more modern
ideas, became mayors and aldermen…
(Politicians member of a city council)
A Rose for Emily, full movie with Anjelica Huston
Una versión imperdible, protagonizada por Anjelica Huston, y con todas las
diferencias de una novela, es este video en Youtube:
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