Los blancos se divertían con los negros, haciéndolos
pelear con los ojos vendados, y todos estaban allí: el juez, el maestro, el
rico. Párrafos del clásico Invisible Man, de Ralph Ellison, un libro que vale
la pena leer.
- ¡Entren ahí!
- ¡Déjame a ese negro!
Me esforcé por escuchar la voz del director de la
escuela, como para tener algo de seguridad con ese sonido un poco más familiar.
- ¡Déjenme a esos negros hijos de puta! - gritó
alguien.
- ¡No, Jackson, no! - otra voz gritó -. Alguien que
me ayude a sostener a Jack.
- Quiero matar a ese negro de color jengibre - gritó
la primera voz.
Me apoyé contra las cuerdas temblando. Porque en
aquellos días yo era colorado y parecía como si me quisiera comer como una
galleta de jengibre fresco.
Se estaba desarrollando una gran pelea. Podía oír
que pateaban las sillas y gruñidos haciendo un gran esfuerzo. Quería ver, más que
nada en el mundo. Pero la venda en los ojos estaba tan apretada como una costra
y cuando levanté las manos enguantadas para empujar la tela a un lado una voz
gritó: "¡Oh, no, no, negro bastardo! ¡Deja eso!"
- ¡Toca el timbre antes de que Jackson lo mate! -
alguien gritó. Y oí el tañido de la campana y el sonido de los pies forcejeando
hacia adelante.
Un guante golpeó contra mi cabeza. Giré, lanzando un
golpe mientras sentía que alguien pasaba. Entonces pareció que los nueve chicos
se volvían hacia mí. Los golpes me cayeron por todos lados, mientras golpeaba
lo mejor que podía. Tantos golpes aterrizaron sobre mí que me pregunté si no era
el único con los ojos vendados, o si el hombre llamado Jackson no había tenido
éxito en enfrentarse conmigo.
Vendado ya no podía controlar mis movimientos. No
tenía ni dignidad. Tropecé como un bebé o un borracho. El humo se había vuelto
más grueso y con cada nuevo golpe me parecía que los pulmones tenían más
dificultad en hacer su trabajo. Mi saliva se convirtió en amarga como el
pegamento caliente. Un guante conectó con mi cabeza, llenando mi boca con
sangre caliente. Estaba en todas partes. No sabía si la humedad que sentía en
mi cuerpo era sudor o sangre. Un golpe aterrizó con fuerza contra mi nuca. Me
sentí desfallecer, mi cabeza chocando contra el suelo. Rayas de luz azul llenaron
lo negro detrás de la venda. Me acosté boca abajo, fingiendo que estaba fuera
de combate, pero sentí que me agarraban de las manos y tiraban mis pies. "¡Vamos
negro! ¡Muévete!" Mis brazos eran como plomo, mi cabeza dolía. Me las
arreglé para llegar a las cuerdas, tratando de recuperar el aliento. Un guante
aterrizó en mi sección media y me caí otra vez, sintiendo como si el humo se
clavara en mis entrañas. Empujado de un lado al otro por las piernas de alrededor,
me paré y descubrí que podía ver las formas negras en medio del humo azul como
bailarines borrachos danzando al ritmo de los golpes.
Todos peleaban histéricamente. Era una completa
anarquía. Todos luchaban contra todos. Ningún grupo luchaba junto por mucho
tiempo. Dos, tres, o cuatro, golpeaban a uno, luego se volvían a luchar entre
sí. Los golpes aterrizaban por debajo del cinturón y en el riñón, con los
guantes abiertos, cerrados, y con mi ojo parcialmente abierto ahora no había
tanto terror. Me moví con cuidado, evitando golpes, aunque no demasiados para no
atraer la atención. Los chicos andaban a tientas como los ciegos, protegiendo sus
secciones medias, sus brazos extendidos con nerviosismo ante ellos, lanzando
puñetazos en el aire lleno de humo. En un rincón vislumbré un muchacho lanzando
puñetazos al aire y lo oí gritar de dolor cuando rompió su mano contra un poste
de acero… (Párrafos de Invisible Man, de Ralph Ellison, traducción y
adaptación propia.)
The novel
En 1988 Invisible
Man fue ranqueado número 19 en la
lista de las 100 mejores novelas en lengua inglesa.
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