sábado, 6 de junio de 2015

Adiós a las Armas

Dos sargentos desobedecen las órdenes y el oficial les dispara. Nadie cuestiona esa acción y siguen como si nada grave hubiera pasado. Muertos por sus propios camaradas. Lo absurdo de la guerra. Del clásico de la literatura inglesa Adiós a las Armas, de Ernest Hemingway.

Más abajo un poco sobre la teoría del iceberg de Hemingway.

 

Los dos ingenieros ya estaban en el asiento junto a Bonello. Las chicas comían queso y manzanas. Aymo estaba fumando. Empezamos a andar por el estrecho camino. Miré de nuevo a los dos coches que venían y a la granja. Era una linda casa de piedra sólida, baja y el hierro del pozo era muy bueno. Delante de nosotros el camino era estrecho y lleno de barro y había arbustos altos a cada lado. Detrás, los coches estaban siguiéndonos de cerca.

Al mediodía nos quedamos atrapados en un camino barroso, a diez kilómetros de Udine. La lluvia había cesado durante la mañana. Tres veces habíamos oído los aviones venir, pasar sobre nuestras cabezas, alejarse a la izquierda y bombardear el camino principal. Habíamos viajado a través de una red de caminos secundarios y habíamos tomado muchos caminos que no tenían salida. Retrocedíamos y buscábamos otro camino, más cerca de Udine. El coche de Aymo, retrocediendo para escapar de un camino sin salida, se había metido en un pantano y las ruedas giraban, cavando más y más hasta que el coche se apoyó en su diferencial. Ahora quedaba cavar el frente de las ruedas, poner ramas para que las cadenas tuvieran agarre y empujar hasta que el coche estuviera en el camino.

A German trench occupied by British Soldiers near the Albert-Bapaume road at Ovillers-la-Boisselle, July 1916 during the Battle of the Somme
Trench in the Somme, 1916

Todos estábamos en la carretera alrededor del coche. Los dos sargentos miraron el coche y examinaron las ruedas. Luego comenzaron a andar por la calle sin una palabra. Fui tras ellos.

—Vamos—les dije. Corten matorrales.

—Tenemos que irnos—dijo uno.

— ¡A trabajar!—les grité.

—Tenemos que irnos—repitió.

El otro no dijo nada. Tenían prisa en irse. No me miraron.

—Les ordeno que vuelvan al coche y corten la maleza—les dije.

El sargento se volvió.

—Tenemos que seguir adelante. Dentro de poco estará bloqueado. No nos puede mandar. Usted no es nuestro oficial.

—Les ordeno que corten la maleza—les grité.

Se volvieron y comenzaron a caminar.

—Alto—les dije.

Siguieron caminando por el barro, con los arbustos a los costados del camino.

—Les ordeno que se detengan—grité.

Fueron un poco más rápido. Abrí la funda, tomé la pistola, apunté al que había hablado más, y disparé. Erré y ambos empezaron a correr. Les disparé tres veces y uno de ellos cayó. El otro corrió por los arbustos y se perdió de vista. Le disparé a través de los arbustos mientras corría por el campo. Vacié la pistola y puse otra carga. Vi que estaba demasiado lejos para disparar al segundo sargento. Estaba al otro lado del campo, corriendo, con la cabeza gacha. Comencé a recargar el cargador vacío. Bonello se acercó.

—Déjeme terminarlo—dijo.

Le entregué la pistola y caminó hacia donde el sargento de ingenieros yacía boca abajo en el camino. Bonello se inclinó, puso la pistola contra la cabeza del hombre y apretó el gatillo. La pistola no disparó.

—Hay que amartillarla, le dije.

Amartilló y disparó dos veces. Agarró las piernas del sargento y tiró de él hacia el costado del camino. Regresó y me entregó la pistola.

—El hijo de puta—dijo.

Miró hacia el sargento.

— ¿Me vio dispararle, Teniente?

—Tenemos que movernos rápido—le dije. ¿Le di al otro?

—No lo creo—dijo Aymo. Estaba demasiado lejos para dispararle con una pistola.

—Basura, dijo Piani.

Todos estábamos cortando ramas. Habíamos sacado todo del coche. Bonello cavó delante de las ruedas. Cuando estuvimos listos Aymo arrancó el coche y lo puso en marcha. Las ruedas giraron tirando barro. Junto a Bonello empujamos hasta quedar exhaustos. El coche no se movió… (Traducción propia, Adiós a las Armas, de Ernest Hemingway, capítulo 29)

 

El autor

Ernest Miller Hemingway (1899 –1961) fue un autor y periodista norteamericano. Su estilo económico, que él denominó “iceberg theory”, tuvo una gran influencia en la ficción del siglo 20, mientras su vida de aventuras y su imagen pública influenciaron a varias generaciones.

Como periodista Hemingway tenía que enfocarse en los reportes inmediatos, con muy poco espacio para el contexto o la interpretación. Cuando se convirtió en escritor conservó este estilo minimalista, enfocándose en los elementos de la superficie.

 

“Si un escritor de prosa sabe lo suficiente de lo que está escribiendo él puede omitir algunas cosas, y el lector tendrá una sensación de esas cosas tan fuerte como si el escritor las hubiera presentado.”

Ernest Hemingway, Death in the Afternoon

 

De la web

Character list, A Farewell to Arms. Cliffsnotes

 

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