miércoles, 28 de enero de 2015

Los Wolfram

Los Schilling, herederos de sangre azul empezaron a perder dinero y propiedades, mientras que los vecinos, los Wolfram, que empezaron humildemente trabajando en los telares, empezaron a acumular fortunas en sus bodegas. De “La casa Schilling”, de Eugenia Marlitt

Los tejedores vecinos, los señores Wolfram, eran mucho más conservadores que los caballeros de la casa Schilling. Ni derribaban ni edificaban; no hacían más que conservar y reedificar; en cuanto se caía una piedra restituíanla en su lugar cuidadosamente. Sin duda, por eso el “monasterio”, como sus poseedores actuales seguían llamándolo, conservaba el mismo sello y fisonomía que le habían dado los benedictinos…
Los Wolfram habían cambiado muy pronto el telar por el arado, y con incansable actividad se dedicaban al cultivo de los campos y al pastoreo del  ganado, en las cercanías de la ciudad.
Todos eran tacaños, constantes y tenaces; sabían ahorrar y escatimar sus ganancias y así se fueron sucediendo en la familia unos a los otros. Los hombres no se avergonzaban ni se eximían de tomar el arado, y las mujeres de la casa, llegaban puntuales por la noche a su aposento para despachar la leche, porque no fuese a engañarlas en la venta alguna criada poco escrupulosa.
Su riqueza iba en aumento y con ella la consideración de los demás. Fueron llamados por unanimidad a los consejos de la ciudad y, por último, los señores de Schilling se dignaron fijarse en que tenían unos vecinos.
Empezó entre ellos desde entonces una amistosa comunicación. El alto muro de división siguió en pie, pero una soberbia y fresca parra había tendido en él una espesa celosía y la yedra enroscaba en las piedras sus obstinados brazos.

Ya los Schilling no juzgaban como indigno de su rango el tener a un pequeño Wolfram en la pila bautismal, y cuando convidaban a su mesa a su vecino, no le miraban olímpicamente desde el pedestal de su orgullo. A mediados del siglo XIX había comenzado el reino de las letras de cambio, y soplaban tan malos vientos para los de sangre azul, que mientras el tejedor, tan menospreciado en un tiempo, rodeado de la aureola del patricio llenaba sus arcas y adquiría excelentes fincas, las de los Schilling se vaciaban de una manera aterradora.
Sondershausen
Castillo de Sondershausen
Su caudal lo habían dilapidado en locuras suntuosas hasta tal extremo, que el último señor de la familia, endeudado y próximo a la ruina, tuvo que hipotecar, a la muerte de su primo, todas sus propiedades y dominios. Y esto fue la salvación de aquella familia que se hundía, pues el único hijo del orgulloso magnate se casó con la hija única del difunto restituyendo con su matrimonio todos los bienes a la casa de Schilling. Esto sucedió en el año 1860.
Y en el mismo año tan propicio y tan beneficioso para los Schilling se verificó un acontecimiento que fue recibido en la casa vecina con gran júbilo.
La familia de los Wolfram durante varias generaciones había sido muy poco prolífera; quince años hacía que no habían tenido ningún heredero varón…
(La casa Schilling, de Eugenia Marlitt. Traducción de F. Álvarez, 1944)

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La autora
Entre 1865 y 1885 Eugenia Marlitt escribió y publicó todas sus novelas, que fueron verdaderos bestsellers en su momento. Como el argumento de sus novelas gira siempre alrededor de alguna historia de amor, muchos críticos la han considerado una típica escritora de novela rosa. Sin embargo, la calidad de su escritura, así como el modo en que representó su época y en que hizo una crítica a la opresión de las mujeres de su tiempo, dotan a su obra de un valor literario añadido.
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