Donde se describe la estación donde descansaban los viajeros de la
diligencia, de las costumbres, y de las formas de vestir. De Roughing It!, de Mark Twain …
Salimos a medio vestir. El conductor
tiró sus riendas en el suelo, bostezó y se estiró satisfecho, quitando sus
pesados guantes de piel con lentitud y dignidad insufribles. No prestó atención
a una docena de saludos, humildes adulaciones y ofertas de servicio de cinco o
seis melenudos medio civilizados, encargados y mozos que ágilmente
desensillaban nuestros caballos y traían el equipo de reemplazo del establo. A
los ojos del conductor estas criaturas eran de clase baja, útiles para ayudar
pero no para relacionarse. En cambio para los encargados y mozos de cuadra los
conductores eran héroes, los hijos favoritos, la envidia de la gente, los
observados de las naciones...
Los mozos y encargados trataron al
poderoso ayudante del coche simplemente con la mejor de las cortesías, pues el
conductor era el único homenajeado y adorado. ¡Cómo lo miraban admirativamente
en su alto asiento al ponerse sus guantes con persistente lentitud, mientras
que un ayudante sostenía feliz el manojo de riendas en alto, y esperaba
pacientemente para que las tomara! Y cómo lo bombardeaban con despedidas
glorificantes mientras golpeaba con su largo azote y se alejaba a toda
velocidad.
La estación consistía en largas
chozas, bajas, hechas de adobe, color barro, puestos sin cemento. Los techos,
sin pendientes significativas, estaban cubiertos con paja y cubiertos con una
capa gruesa de tierra, y allí crecían espesas malas hierbas y pasto. Era la
primera vez que veíamos el patio delantero de un hombre encima de su casa. El
edificio consistía en graneros, el establo para doce o quince caballos, y una
choza como comedor para los pasajeros. Este último tenía cuchetas para el
encargado y uno o dos ayudantes. Se podía descansar los codos en sus aleros, y
tenía que agacharse para poder entrar. En lugar de una ventana había una
perforación rectangular suficientemente grande para que un hombre se arrastre
por ella, pero no tenía ningún vidrio en él. No había piso, pero la tierra
estaba compactada. No había estufa, pero la chimenea servía para todos los
propósitos necesarios. No había estantes, ni armarios, ni closets. En una
esquina estaba un saco abierto de harina, y apoyadas en ella tazas de café
negras y venerables, una tetera, una pequeña bolsa de sal, y un pedazo de
tocino.
Concord stagecoach |
En la puerta de la guarida del
encargado, afuera, había un lavabo de asta, en la tierra. Cerca de él estaba un
cubo del agua y un pedazo de jabón de barra amarillo, y de los aleros colgaba
una camisa de lana azul. Esta última era la toalla privada del encargado, y
solamente dos personas en todo la casa podían aventurarse a utilizarla, el
conductor y su ayudante. El último no lo haría por un sentido de decencia; el
primero tampoco para no animar los avances del encargado de la estación.
Teníamos toallas en nuestras valijas pero era lo mismo que estuvieran en Sodoma
y Gomorra. Utilizamos nuestros pañuelos, y el conductor sus pantalones y
mangas. En la puerta, del lado de adentro, sujeto a un marco pasado de moda,
había un pequeño espejo, con dos pequeños fragmentos del original alojados en
una esquina de ella. Esto producía un retrato doble, agradable de uno cuando se
miraba en él, con la mitad de la cabeza un par de pulgadas sobre la otra mitad.
Del marco del espejo colgaba la mitad de un peine, pero si tuviera que
describir ese patriarca o morir, creo que pediría algunos ataúdes de muestra.
Había venido desde Esau y de Samson,
y había estado acumulando pelo desde entonces más algunas ciertas impurezas. En
una esquina del cuarto había tres o cuatro rifles y mosquetes, junto con los
cuernos y las bolsas de munición. Los hombres de la estación usaban pantalones
ordinarios, tejidos en el país, y en las partes de atrás y del interior de las
piernas estaban cocidas las pieles adicionales amplias. Cuando el hombre
montaba a caballo los pantalones eran mitad azul y mitad amarillo.
Increíblemente pintoresco. Los pantalones se acomodaban en las partes de arriba
de las botas altas. Los tacos tenían grandes espuelas españolas, cuyos hierros
y cadenas cascabeleaban con cada paso. El hombre usaba una enorme barba y
mostachos. Tenía un viejo sombrero de ala ancha, una camisa de lana azul, sin
suspensores, sin chaleco, sin saco. Además llevaba una vaina en su cinturón, un
gran revólver largo “navy” (a su derecha, el martillo al frente), y proyectando
de sus botas un cuchillo Bowie con cabo de cuerno…
(Traducción
de Roughing It!,
de Mark Twain, capítulo 4.)
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Si tenés entre 1 y 100 años ya podés estudiar con nosotros.
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