Determinado a ser actor.
Llega un momento en la vida de todo hombre cuando siente que nació para
ser actor. Algo en su interior le dice que es el elegido, que un día sacudirá
al mundo. Arde en deseo de mostrar cómo deben ser hechas las cosas y en ganar
un salario de trescientos a la semana.
Esta clase de cosas
generalmente llegan al hombre cuando tiene aproximadamente diecinueve años y
dura hasta que tiene cerca de veinte. No lo sabe en ese momento. Piensa que
tiene una inspiración, una clase de llamado solemne, que sería inmoral no
prestar atención; y cuando encuentra que hay obstáculos en camino a su
aparición en Hamlet como personaje principal en el West-end, se siente
devastado.
Yo personalmente me encontré en esta situación. Estaba en el
teatro una noche para ver Romeo y Julieta cuando cruzó mi mente repentinamente
que esa era mi vocación. Pensé que la actuación solo se trataba de hacer el
amor en calzas a hermosas mujeres y me hice al propósito de dedicar mi vida a
ello. Cuando comuniqué mi heroica resolución a mis amigos me dijeron algunas
cosas. Me llamaron tonto y opinaron que siempre pensaron que era una persona sensible, aunque fue la primera
vez que escuché eso.