En El lobo de
mar (The
Sea-Wolf), de Jack London,
el protagonista es un crítico literario que sobrevive a un naufragio y cae bajo
el dominio de un inmoral capitán que lo rescata.
El Martinez se hundía y el protagonista debe salta a
las frías aguas del océano. Se dio cuenta del por qué la gente quería volver. El
agua estaba helada y sus miembros inferiores empezaron a congelarse.
Al final averiguamos
un poco sobre los barcos a vapor…
Pero era el frío el que más angustiaba. Sentí que podía sobrevivir solo unos minutos. La gente estaba luchando y chapoteando en el agua a mí alrededor. Podía…
Párrafos
Bajé a la cubierta inferior. El Martínez se hundía
rápidamente, pues el agua estaba muy cerca. Varios pasajeros saltaban por la
borda. Otros, en el agua, clamaban para ser llevados de nuevo a bordo. Nadie
los escuchaba. Un griterío comenzó a alertar que nos estábamos hundiendo. Fui
presa del consiguiente pánico, y me dirigí por un lado sobre una oleada de
cuerpos. No sé cómo lo hice, aunque si supe, y al instante, por qué aquellos en
el agua estaban tan deseosos de volver al barco. El agua estaba helada, tan fría
que era dolorosa. La punzada, cuando me sumergí en ella, fue tan rápida y aguda
como la del fuego. Mordió hasta la médula. Era como el zarpazo de la muerte.
Jadeé con la angustia y la conmoción, llenando mis pulmones antes de que el
salvavidas me lanzara a la superficie. El sabor de la sal era fuerte en mi
boca, y estaba sofocado con la materia acre en mi garganta y pulmones.
Pero era el frío el que más angustiaba. Sentí que
podía sobrevivir solo unos minutos. La gente estaba luchando y chapoteando en
el agua a mí alrededor. Podía oírlos gritar. Y oía también el sonido de los
remos. Evidentemente, el extraño barco de vapor había bajado sus botes. A
medida que pasaba el tiempo me maravillaba que estuviera vivo. No tenía
sensación alguna en mis miembros inferiores, mientras que un alarmante
entumecimiento estaba envolviendo mi corazón y metiéndose en él. Pequeñas olas,
con crestas espumosas y malévolas, continuamente se rompían sobre mí y mi boca,
enviándome a más paroxismos asfixiantes.
Los ruidos se hicieron indistintos, aunque oí un
coro de gritos finales y desesperados a lo lejos, y supe que el Martínez se
había hundido. Más tarde, cuánto tiempo después no tengo conocimiento, volví en
mí con un sobresalto de miedo. Estaba solo. No podía oír gritos ni llamadas,
sólo el sonido de las olas, extrañamente hueco y reverberante por la niebla. Un
pánico en una multitud, que se une a una especie de comunidad de interés, no es
tan terrible como un pánico cuando uno está solo. Y ese era el pánico que ahora
sufría. ¿Adónde iba a la deriva? El hombre de cara roja había dicho que la
marea retrocedía a través del Golden Gate. ¿Entonces fui llevado al mar? ¿Y el
salvavidas en el que flotaba? ¿Acaso no estaba listo para sucumbir en cualquier
momento? Había oído hablar de tales cosas que eran hechas del papel y de juncos
huecos que rápidamente se saturaban y perdían toda flotabilidad. Y no podía
nadar. Y estaba solo, flotando, aparentemente, en medio de una inmensidad
primordial gris. Confieso que la locura se apoderó de mí, que grité en voz alta
como las mujeres habían chillado, y golpeé el agua con mis manos entumecidas.
No tengo ni idea de cuánto duró esto, pues intervino
un vacío, del que no recuerdo más de lo que uno recuerda el problemático y
doloroso sueño. Cuando desperté, fue como después de siglos de tiempo. Vi, casi
encima de mí y saliendo de la niebla, la proa de un buque, y tres velas
triangulares, cada una lamiendo elegantemente la otra y llena de viento. Donde
la proa cortó el agua hubo una gran formación de espumas y gorgoteo, y yo
parecía directamente en su camino. Traté de gritar, pero estaba demasiado
agotado. La proa se hundió, me pasó de lado y envió un chorro de agua clara
sobre mi cabeza. Entonces el largo y negro lado del barco empezó a deslizarse,
tan cerca que podría haberlo tocado con mis manos. Traté de alcanzarlo, con una
loca determinación de agarrarme a la madera con mis uñas, pero mis brazos
estaban pesados y sin vida. De nuevo me esforcé por gritar, pero no hice ningún
sonido.
La popa del buque avanzó, hundiéndose en un hueco
entre las olas. Y vislumbré a un hombre que estaba al timón, y a otro que
parecía no hacer más que fumar un puro. Vi el humo saliendo de sus labios
mientras lentamente giraba la cabeza y miraba hacia el agua en mi dirección. Era
una mirada descuidada y no premeditada, una de esas cosas desordenadas que
hacen los hombres cuando no tienen un llamado inmediato a hacer algo en
particular, sino que actúan porque están vivos y deben hacer algo… (Párrafos de
El lobo de mar, de Jack London)
Para saber
Un barco a vapor, también llamado de
manera mucho menos frecuente piróscafo,
es un buque propulsado por máquinas de vapor, actualmente en desuso, o por
turbinas de vapor. Su aparición supuso
toda una revolución en la navegación marítima mundial ya que no dependían tanto
de vientos y corrientes. Los primeros verdaderos buques transatlánticos eran a vapor. Los barcos a vapor algunas
veces usan el prefijo SS, S.S. o S/S (por 'Screw Steamer') o PS (por 'Paddle
Steamer').
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