sábado, 3 de septiembre de 2016

Juzgar o no juzgar

Esa es la cuestión


Donde se enjuicia a Edgar Allan Poe, casi irrespetuosamente, sin tener en cuenta sus grandes méritos literarios.

Cuando hablamos del valor literario de una obra de arte, por lo general, tenemos en cuenta el contenido que el autor ofrece, el estilo que tal o cual novelista posee, el uso del vocabulario, el nivel de “único” que alguien puede mostrar. No necesitamos examinar qué clase de persona era el autor en cuestión, si tenía muchos amigos o si era el diablo encarnado. No hace falta examinar si trataba bien a sus hijos o si vivía en la inmoralidad. Eso sería ridículo.
De lo contrario necesitaríamos un comité investigador para averiguar si el autor o novelista era un buen padre, un esposo cariñoso, un hijo amoroso o un amigo agradable.
Imaginen basar la crítica de una obra en la vida privada del autor, en su religión o en sus donaciones piadosas. Nada de esto es importante. Robert Louis Stevenson era un buen escritor por lo que escribió, por sus obras. Su biografía es solo una anécdota, algo secundario. Su vida nos sirve como una curiosidad adicional que nosotros podemos elegir leer o no.
Esta reflexión viene a cuento después de leer el obituario que un tal “Ludwig” escribiera luego de la muerte del escritor Edgar Allan Poe en el diario New Yorker. En dicho obituario este Ludwig señalaba que Poe no había tenido amigos, era ambicioso y envidioso al grado de palidecer ante quienes tenían más que él.

Primero, que es Dios, y solo El, el que decide quién va al cielo o quién arderá en las llamas del averno. Y segundo, que nos parece un acto de gran cobardía hablar de alguien que ya murió, y no se puede defender.
No sé cómo fue Allan Poe cuando caminaba las calles de New York o Baltimore, y francamente no importa. Lo que interesa, como lector, es el trabajo que presenta, su obra literaria, y la obra que muestra es excelente. Punto. Lo que es más, Poe va a ser recordado en toda la posteridad como el maestro del cuento corto y del misterio mientras que éste pobre Ludwig no figurará en ningún análisis literario.

“. . . la pasión en él comprendía muchas de las peores emociones que militan contra la felicidad humana. No podías contradecirlo porque enseguida se enojaba. No podías hablar de riqueza porque en seguida sus mejillas empalidecían de envidia. Las ventajas naturales de este pobre hombre lo habían elevado a un lugar de arrogancia que volvían sus reclamos de admiración en prejuicio contra él. Irascible, envidioso, lo suficientemente malo por estos salientes ángulos, estaba barnizado con un frío repelente de cinismo. . . Tenía, en exceso, el deseo de sobresalir por la ambición, pero no por el deseo de la estima o el amor de sus pares, solo el deseo de triunfar.” (From Death of Edgar Allan Poe)

Es increíble que un diario con la tirada y el prestigio de un New Yorker pudiera publicar esto. Este Ludwig se eleva como un juez sobre su víctima. Después de todo, Ludwig, todos tenemos virtudes y defectos.

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