viernes, 29 de noviembre de 2013

El Virginiano. Un vaquero de la pradera

Algo atraía a los pasajeros a la ventana, por lo que me levanté y crucé para ver lo que era. Vi cerca de la pista un recinto, y alrededor de él algunos hombres riendo, y dentro de él un poco de polvo, y en medio del polvo algunos caballos corriendo. Eran cow ponis en un corral, y uno de ellos no podía ser capturado. Teníamos un montón de tiempo para ver este deporte, pues nuestro tren se había detenido para cargar agua en el tanque junto a la plataforma de la estación de Medicine Bow. Estábamos con seis horas de retraso, y hambrientos de entretenimiento.  El poni en el corral era inteligente, y rápido de patas. 

¿Han visto a un hábil boxeador examinar a su antagonista de manera tranquila? De esta forma observaba el poni a cualquiera que tomara el lazo. El hombre podía fingir que miraba el tiempo o podía afectar una conversación con un espectador: era inútil. El poni veía a través de él. Este animal era como un hombre de mundo. Su mirada se quedaba fija sobre el enemigo, y la gravedad de su caballo-expresión hacía que el asunto fuera de alta comedia. Entonces la cuerda salía lanzada hacia él, pero ya estaba en otra parte, y si los caballos se ríen, la alegría debe haber abundado en ese corral. A veces, el poni daba una vuelta solo, otras se deslizaba entre sus hermanos, y la totalidad de ellos, como un banco de peces juguetones batida alrededor del corral, levantaba polvo, y reía a carcajadas. A través de la ventana de cristal de nuestro Pullman escuchábamos el ruido de los cascos traviesos y las maldiciones de buen humor de los cow-boys. Entonces, me di cuenta de un hombre que estaba sentado en la parte superior del corral, mirando. Se bajó con las ondulaciones de un tigre, suave y fácil, como si sus músculos fluyeran debajo de su piel. Los demás habían guardado sus lazos. No lo vi levantar sus brazos o moverse. Parecía sostener el lazo abajo, por la pierna. Pero al igual que una serpiente de repente vi la soga estirarse y la cosa había terminado. Nuestro tren se movió lentamente a la estación, y un pasajero comentó: "Ese hombre sabe lo que hace."
No pude terminar de escuchar al hombre pues me vi obligado a descender, Medicine Bow era mi estación. Me despedí de mis compañeros de viaje y descendí. Un extraño en las grandes tierras ganaderas. Y aquí, en menos de diez minutos, me enteré de las noticias que me hicieron sentir un extraño.
Mi equipaje se había perdido, no había venido en el tren, estaba a la deriva en algún lugar en las dos mil millas que estaban detrás de mí. Y, a modo de consuelo, el encargado señaló que los pasajeros a menudo extraviaban sus valijas, pero las encontraban después de un tiempo. Habiéndome ofrecido este estímulo, se volvió silbando a sus asuntos y me dejó plantado en la sala de equipajes en Medicine Bow.
Me quedé abandonado entre cajas y cartones, sosteniendo mi ticket, hambriento y desesperado. Miré a través de la puerta al cielo y las llanuras. Estaba por murmurar: "¡Qué agujero abandonado es este!" cuando de pronto desde fuera en la plataforma vino una voz lenta: "Para casarse de nuevo, eh?"
La voz era sureña, gentil. Una segunda voz llegó de inmediato como respuesta, irritada. “No es de nuevo. ¿Quién te dijo que era de nuevo?”
Y la primera voz respondió acariciadora: “Tus ropas de domingo tío Hughey. Ellas hablan de bodas”
“No te preocupes por mí”, cortó el tío Hughey.
Y el otro continuó gentilmente, “¿Esos no son los guantes que usaste para tu última boda?”
“No te preocupes por mí, gritó el tío Hughey.
Ya me había olvidado de mi valija. Estaba consciente de la puesta del sol y deseaba seguir escuchando esta conversación. Me acerqué a la puerta y miré a la plataforma de la estación.
Apoyado contra la pared estaba un gigantesco joven, delgado, y hermoso. Llevaba su ancho sombrero hacia atrás. Un pañuelo colgaba de su garganta y el pulgar reposaba en el cinturón atravesado en su cintura. Había llegado desde mucha distancia como mostraba el polvo en el. Sus botas estaban blancas y sus overalls grises. Pero ninguna fatiga o desorden disimulaban el esplendor que radiaba de su juventud y fuerza. El viejo, que respondiera de forma temperamental, estaba peinado y acicalado… (adaptación propia, traducción con translategoogle.com)

Vocabulario
Cow ponis: un pequeño y ágil caballo usado por los vaqueros  

El libro
El Virginiano, de Owen Wister. Novela de 1902 situada en el viejo oeste norteamericano

Inglés con los clásicos, videos de interés general y programas adaptados. Estamos en el 0387-4249159


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