“Cuando estaba en la
estación de trenes, rumbo a Dresden, apareció Anttoniete. Viajamos juntos y
traté de observarla a la distancia. En la frontera encontré que el país estaba
enfervorizado y repleto de invitados. Decidí permanecer en un pequeño pueblo
cerca de Strelsau, llamado Zenda. Desde allí podría viajar a la capital y
dormir en Zenda. La posada donde me alojaba estaba presidida por una señora muy
simpática acompañada por sus hijas. Manifestaron que era una lástima que el
duque de Stralsau no fuera rey, pues todos lo conocían, en cambio el futuro
monarca había estado tanto en el extranjero que nadie tenía idea como era.
También contaron que el rey se hospedaba en el castillo del duque hasta su
coronación.
"Y ahora",
intervino una de las mujeres jóvenes, "dicen que se ha afeitado la barba, por
lo que nadie en absoluto lo conoce."
"¡Afeitado la
barba!" -exclamó su madre. "¿Quién lo dice?"
"Johann, portero
del duque. Él ha visto al Rey".
"Ah, sí, el rey,
señor, está ahora en el coto de caza del duque en el bosque aquí, desde donde irá
a Strelsau para coronarse en la mañana del miércoles".
Esto me interesó. Me
decidí a caminar al día siguiente en dirección al castillo, con la esperanza de
encontrarme con el Rey. La anciana siguió parloteando:
"Ah, me gustaría
que se quedara con su caza y con su vino, dicen que es todo lo que quiere.
Quisiera ver a nuestro duque ser coronado el miércoles. Eso quiero, y no me
importa que se sepa."
"¡Calla,
madre!" instó una de las hijas.
"Oh, ¡hay muchos
que piensan como yo!" -exclamó la anciana con terquedad.
Me tiré en mi sillón,
y reí de la actitud de la mujer.
"Por mi
parte", dijo la más joven y más bonita de las dos hijas, una rolliza
muchacha, sonriendo: "¡Odio a Michael! ¡Un Elphberg rojo para mi, madre!
El Rey, dicen, es tan rojo como un zorro o como-"
Y se rió
maliciosamente echando una mirada hacia mí, y sacudiendo la cabeza ante la cara
de reprobación de su hermana.
"Más de un
hombre ha maldecido a su rojo pelo antes de ahora", murmuró la señora y me
acordé del viejo James, quinto conde de Burlesdon.
"¡Pero nunca una
mujer!" -exclamó la muchacha.
"Si, y las
mujeres, cuando ya era demasiado tarde", fue la severa respuesta de la
madre, forzando a la hija al silencio.
"¿Está el rey
aquí?" -Pregunté para romper un silencio embarazoso. "Es la tierra
del duque, dices."
"El duque lo
invitó, señor, para descansar aquí hasta el miércoles. El duque está en
Strelsau, en preparación de la recepción del Rey."
"¿Así que, son
amigos?"
"Ninguno mejor",
dijo la anciana.
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