Encontraron quién escribiera el libro y pusieron
como autora a la señorita Singer. No había forma en que el tío Alexander no
simpatizara con la novia de Corky, pero… de P. G. Wodehouse, Leave it to Jeeves.
Vi lo que quería decir. Dios sabe que en nuestra
familia hubo suficiente escándalo cuando traté de casarme en la comedia musical
hace unos años. Y el recuerdo de la actitud de mi tía Agatha en el asunto de
Gussie y la chica del vodevil todavía estaba fresco en mi mente. No sé por qué
es, una de esas psicólogas punzantes podría explicarlo, supongo, pero los tíos
y las tías, como clase, siempre están en contra del drama, legítimos o no. No
parecen capaces de aguantarlo a ningún precio.
Pero Jeeves tenía una solución, por supuesto.
—Me imagino que será un asunto sencillo, señor,
encontrar a un autor pobre que se alegraría de hacer la composición del volumen
por un módico precio, y sólo es necesario que el nombre de la joven aparezca en
la portada.
—Eso es cierto —dijo Corky —. Sam Patterson lo haría
por cien dólares. Escribe una novela, tres cuentos y diez mil palabras de una
serie para una revista de ficción con nombres diferentes cada mes. Lo buscaré
enseguida.
— ¡Bien!
— ¿Eso es todo, señor? —Dijo Jeeves—. Muy bien,
señor. Gracias, señor.
Solía pensar que los editores tenían que ser hombres
inteligentes, diabólicos, cargados con materia gris. Todo lo que un editor
tiene que hacer es escribir cheques a intervalos, mientras que muchos merecedores
e industriosos hombres se reúnen y hacen el trabajo real. Lo sé, porque he sido
uno yo mismo. Simplemente me senté derecho en el viejo apartamento con una lapicera,
y a su debido tiempo apareció un excelente y brillante libro.
Por casualidad estaba en lo de Corky cuando aparecieron
las primeras copias de The Children´s Book of American Birds. Muriel Singer
estaba allí, y estábamos hablando de cosas en general cuando hubo un golpe en
la puerta y el paquete fue entregado.
Ciertamente era un libro. Tenía una cubierta roja
con un ave de alguna especie en ella y debajo del nombre de la muchacha en
letras del oro. Abrí una copia al azar.
"Frecuentemente de mañana de primavera", decía
en la parte superior de la página veintiuno, "mientras pasea por los
campos, se escuchará el dulce tono y fluido canto del pinzón púrpura. Cuando sea
grande lea todo sobre él en el maravilloso libro de Alexander Worple, American
Birds. "
Ahí está. Un halago para el tío de inmediato. Y sólo
unas pocas páginas más tarde estaba de nuevo en el candelero en relación con el
cuco de pico amarillo. Fue una gran cosa. Cuanto más leía, más admiraba al hombre
que lo había escrito y al genio de Jeeves al ponernos en este plan. No vi cómo
el tío no podía dejar de caer. No se puede llamar a un tipo la autoridad más
grande del mundo en el cuco de pico amarillo sin despertar una cierta
disposición hacia la amistad en él.
— ¡Es un éxito!
—dije.
— ¡Absolutamente! —dijo Corky.
Y un día o dos más tarde caminó por la avenida hasta
mi apartamento para decirme que todo estaba bien. El tío había escrito a Muriel
una carta tan llena de bondad humana que si no hubiera conocido la escritura del
señor Worple, Corky se habría negado a creerle el autor de ella. En cualquier
momento que le conviniera a la señorita Singer visitarlo, decía el tío, estaría
encantado de recibirla.
Poco después de esto tuve que salir de la ciudad.
Diversos reconocidos deportistas me habían invitado a visitarlos a sus países,
y no fue sino hasta varios meses después que retorné a la ciudad de nuevo. Me
había estado preguntando, por supuesto, sobre Corky, si todo había salido bien,
y mi primera noche en Nueva York, pasando por un tranquilo y pequeño
restaurante al que voy cuando no tengo ganas de tantas luces, encontré a Muriel
Singer allí, sentada sola en una mesa cerca de la puerta. Corky, pensé, estaría
afuera llamando por teléfono. Subí y me instalé allí.
— Bien, bien,
bien —dije.
— ¡Señor
Wooster! ¿Cómo está?
— ¿Corky?
— ¿Perdón?
—Está esperando a Corky, ¿no es cierto?
—Oh, no le había entendido. No, no lo estoy
esperando a él.
Me pareció que había algo en su voz, un problema.
—Quiero decir. Quiero decir. ¿No ha tenido una pelea
con Corky?
— ¿Una pelea?
— Un pequeño mal entendido, usted sabe. Alguna falta
en ambos lados, o algo así.
—No. ¿Qué le hace pensar eso?
—Bueno. Pensé que usualmente cenaba con él antes de
ir al teatro.
—Dejé las tablas
ahora.
Todo me vino de repente. Había olvidado cuanto
tiempo había estado lejos.
— ¡Por supuesto!
¡Ahora lo veo! ¡Está casada!
—Sí.
— ¡Perfecto! Les
deseo toda la felicidad del mundo
—Gracias. Oh, Alexander —dijo, mirando atrás mío —este
es un amigo, el señor Wooster... (Párrafos de Leave it to Jeeves, de P.G. Wodehouse, traducción propia.)
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