domingo, 16 de marzo de 2014

Treinta y Nueve Escalones

Hay novelas que muestran todo su esplendor una vez que se ha leído un buen número de páginas. Este no es el caso de “Treinta y Nueve Escalones”. Esta novela empieza a desarrollar la intriga, la emoción, el suspenso, desde el principio. Un hombre se acerca al protagonista para describir una conspiración internacional. Su vida peligra y el protagonista Richard Hannay… El autor es el escocés John Buchan y es considerada una novela clásica. Alfred Hitchcock la llevó al cine en 1935, Orson Wells la protagonizó en una adaptación para la radio, la BBC la puso en el aire y Glenn Ford también fue protagonista en otra adaptación. Señores, “Treinta y Nueve Escalones”…

Regresé de la ciudad cerca de las tres de aquella tarde de mayo disgustado con la vida. Había pasado tres meses en el viejo país y estaba harto. Si alguien me hubiera dicho hace un año que me sentiría así me hubiera reído. El tiempo me hizo irascible, la charla del inglés ordinario me enfermaba. No podía hacer suficiente ejercicio, y las diversiones de Londres parecían tan chatas como soda bajo el sol. “Richard Hannay”, me decía a mí mismo: “Estás en el lugar equivocado.”
Me mordí los labios al pensar en los planes que había diseñado en los últimos años en Bulawayo. Mi padre me había traído desde Escocia a la edad de seis años, y nunca había vuelto a casa desde entonces. Inglaterra era una especie de mil y una noches para mí, y contaba con pasar allí el resto de mis días.
portada de la primera edición
Portada de la primera edición
Pero desde el principio me decepcionó con ella. En aproximadamente una semana estaba cansado de ver lugares de interés turístico, y en menos de un mes ya había tenido suficiente de restaurantes y teatros y reuniones raciales. No tenía un amigo real para salir, lo que probablemente explicara las cosas. Un montón de gente me invitó a su casa, pero no parecían muy interesados en mí. Me hacían una pregunta o dos acerca de Sudáfrica, y luego seguían con sus propios asuntos. Una gran cantidad de mujeres imperialistas me invitaban a tomar el té para encontrarse con los maestros de las escuelas de Nueva Zelanda y editores de Vancouver, lo que era lo peor de todo. Aquí estaba, a mis treinta y siete años, con buena salud, con el dinero suficiente para pasar un buen rato, bostezando todo el día. Había casi resuelto volver al sur de África, porque era el hombre más aburrido en el Reino Unido.
Esa tarde había estado conversando con mis corredores sobre las inversiones para dar a mi mente algo en que trabajar, y en camino a casa entré al club, que recibía a los miembros de la Colonia. Me tomé un trago, y leí los periódicos de la tarde. Estaba lleno de los conflictos en el Cercano Oriente, y había un artículo sobre Karolides, el Premier griego. El tipo me cayó bien. De todos los que aparecían me pareció el más destacado. Deduje que aborrecíanle bastante en Berlín y Viena, pero que íbamos a seguir con él, y uno de los diarios decía que era la única barrera entre Europa y el Armagedón. Recuerdo que me pregunté si podría conseguir un trabajo en esas partes. Se me ocurrió que Albania era el tipo de lugar que podría mantener a un hombre sin bostezar.
Hacia las seis me fui a casa, cené en el Café Royal, y presencié un music-hall. Fue un espectáculo tonto, todas las mujeres haciendo cabriolas y los hombres con cara de monos. La noche era hermosa y clara, mientras caminaba de regreso al departamento que había alquilado cerca de Portland Place. La multitud pasaba delante mío en las aceras, ocupadas y llenas de palabrería, y yo envidiaba a la gente por tener algo que hacer. Las niñas y los oficinistas y los dandis y policías tenían algo que hacer en la vida. Le di media corona a un mendigo porque lo vi bostezar, era un compañero de fatigas. En Oxford Circus miré hacia el cielo de primavera y me hice una promesa. Le daría una oportunidad más al viejo país, y si no pasaba nada, me embarcaría para el Cabo.
Alquilaba el primer piso en un edificio nuevo detrás de Langham Place. Había una escalera común, con un portero y un ascensorista en la entrada, pero no había restaurante ni nada por el estilo, y cada departamento estaba bastante separado de los demás. Odio a los sirvientes alrededor, así que una persona  que me cuidaba venía durante el día. Llegaba antes de las ocho todas las mañanas y se iba a las siete, porque nunca cenaba en casa.
Estaba abriendo la puerta cuando me di cuenta de un hombre a mi lado. No lo había visto acercarse, y la repentina aparición me asustó. Era un hombre delgado, con una barba castaña corta y ojos azules pequeños. Lo reconocí como el ocupante de un piso en la planta superior, con quien me había cruzado en las escaleras…

Novela: Treinta y Nueve Escalones
Autor: John Buchan

Vocabulario
Bulawayo: es la segunda mayor ciudad de Zimbabue tras la capital Harare. Tiene estatus de provincia y su población es de más de un millón de habitantes.
Bulawayo es un importante centro industrial. Está situada junto al Río Matsheumhlope al suroeste del país.
Armagedón: es un término bíblico que aparece en el libro del Apocalipsis, capítulo 16, versículo 16. Se refiere generalmente al fin del mundo o al fin del tiempo, mediante catástrofes en varias religiones y culturas.


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