viernes, 24 de enero de 2014

El Monstruo

Fue en una noche triste de noviembre que vi el cumplimiento de mis afanes. Con una ansiedad que casi equivalía a agonía, junté los instrumentos de la vida a mi alrededor, que podría infundir una chispa a esa cosa que yacía a mis pies. Ya era la una de la mañana, la lluvia repiqueteaba estrepitosamente contra los cristales, y mi vela estaba casi apagada, cuando, por el rayo de luz medio extinguida, vi el ojo amarillo opaco de la criatura abierto. Respiró con fuerza, y un movimiento convulsivo agitó sus extremidades.

¿Cómo puedo describir mis emociones en esta catástrofe, o cómo delinear al miserable a quien con tales dolores y cuidado había tratado de formar? Sus miembros eran proporcionados, y había seleccionado sus rasgos tan hermosos. ¡Hermoso! ¡Dios mío! Su piel amarillenta apenas cubría los músculos y arterias, su cabello era de un negro lustroso.  Sus dientes de una blancura nacarada. Pero estos lujos sólo formaban un contraste más horrible, con los ojos llorosos, su tez arrugada y los labios negros y rectos.
La novia de Frankenstein
La Novia de Frankenstein, Wikipedia
Los diferentes accidentes de la vida no son tan cambiantes como los sentimientos de la naturaleza humana. Había trabajado duro durante casi dos años, con el único propósito de infundir vida a un cuerpo inanimado. Para ello me había privado de descanso y salud. Había deseado con ardor que superaba con creces la moderación. Pero ahora que había terminado, la belleza del sueño se desvaneció, y el horror sin aliento y disgusto llenaba mi corazón. Incapaz de soportar el aspecto del ser que había creado, salí corriendo de la habitación incapaz de poder dormir. Por fin logré relajarme, y me tiré en la cama con la ropa puesta, tratando de buscar un momento de olvido. Pero fue en vano, me dormí, en efecto, pero estaba perturbado por los sueños más salvajes. Me pareció ver a Elizabeth, en la flor de la salud, caminando por las calles de Ingolstadt. Encantado y sorprendido, la abracé, pero al darle el primer beso en los labios, se puso lívida, con el matiz de la muerte. Sus facciones parecían cambiar, y pensé que tenía el cadáver de mi madre muerta en mis brazos. Un sudario envolvía su figura. Vi los gusanos arrastrándose en los pliegues de la franela. Desperté de mi sueño de horror. Un rocío frío cubría mi frente, mis dientes castañeteaban, y todos mis miembros se convulsionaban. Cuando, a la luz tenue y amarilla de la luna, vi al miserable - al miserable monstruo que había creado. Levantó la cortina de la cama, y sus ojos, si se les puede llamar ojos, estaban fijos en mí. Sus mandíbulas se abrieron, y murmuró algunos sonidos inarticulados, mientras una sonrisa fruncía sus mejillas. Debió haber hablado, pero no lo escuché. Una mano se extendió, al parecer para detenerme, pero me escapé y corrí escaleras abajo. Me refugié en el patio de la casa que habitaba, donde permanecí durante el resto de la noche, caminando de un lado al otro en la mayor agitación. Escuchaba atentamente, temiendo cada sonido como si se tratara de anunciar la llegada del cadáver demoníaco al que había dado tan miserablemente la vida.
¡Oh! Ningún mortal podría soportar el horror de ese rostro. Una momia de nuevo dotada de animación no podía ser tan horrible como ese miserable. Había mirado en él mientras no estaba terminado, era feo entonces, pero cuando los músculos y las articulaciones tuvieron movimiento, se convirtió en algo que ni el mismo Dante hubiera podido concebir.
Pasé la noche miserablemente. A veces mi pulso latía tan deprisa que sentí la palpitación de cada arteria. No podía soportar tanta debilidad. Mezclado con este horror, sentí la amargura de la decepción; todos mis sueños ahora se convertían en un infierno.
La mañana, lúgubre y húmeda, al fin llegó y descubrió a mi insomnio y a mis ojos doloridos a la iglesia de Ingolstadt. Su campanario era blanco y su reloj indicaba la hora sexta. El portero abrió las puertas que habían sido mi asilo durante la noche, y salí a la calle, caminando con pasos rápidos. Como si buscara evitar al miserable a quien temía en cada giro de la calle. No me atrevía a regresar a la vivienda que habitaba. Apuré mi paso por la lluvia que ahora me empapaba y veía el cielo negro y sin consuelo.
Continué caminando así por un tiempo, tratando con el ejercicio físico de aliviar la carga que sentía. Atravesé las calles sin saber donde estaba o lo que estaba haciendo. Mi corazón palpitaba con miedo. Me apuré con pasos irregulares, sin atreverme a mirar a mí alrededor. . . (Capítulo 5, Frankenstein)

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