Fue en una noche triste de noviembre que vi el
cumplimiento de mis afanes. Con una ansiedad que casi equivalía a agonía, junté
los instrumentos de la vida a mi alrededor, que podría infundir una chispa a
esa cosa que yacía a mis pies. Ya era la una de la mañana, la lluvia
repiqueteaba estrepitosamente contra los cristales, y mi vela estaba casi apagada,
cuando, por el rayo de luz medio extinguida, vi el ojo amarillo opaco de la
criatura abierto. Respiró con fuerza, y un movimiento convulsivo agitó sus
extremidades.
¿Cómo puedo describir mis emociones en esta
catástrofe, o cómo delinear al miserable a quien con tales dolores y cuidado
había tratado de formar? Sus miembros eran proporcionados, y había seleccionado
sus rasgos tan hermosos. ¡Hermoso! ¡Dios mío! Su piel amarillenta apenas cubría
los músculos y arterias, su cabello era de un negro lustroso. Sus dientes de una blancura nacarada. Pero
estos lujos sólo formaban un contraste más horrible, con los ojos llorosos, su
tez arrugada y los labios negros y rectos.
La Novia de Frankenstein, Wikipedia |
Los diferentes accidentes de la vida no son tan
cambiantes como los sentimientos de la naturaleza humana. Había trabajado duro
durante casi dos años, con el único propósito de infundir vida a un cuerpo
inanimado. Para ello me había privado de descanso y salud. Había deseado con
ardor que superaba con creces la moderación. Pero ahora que había terminado, la
belleza del sueño se desvaneció, y el horror sin aliento y disgusto llenaba mi
corazón. Incapaz de soportar el aspecto del ser que había creado, salí
corriendo de la habitación incapaz de poder dormir. Por fin logré relajarme, y
me tiré en la cama con la ropa puesta, tratando de buscar un momento de olvido.
Pero fue en vano, me dormí, en efecto, pero estaba perturbado por los sueños
más salvajes. Me pareció ver a Elizabeth, en la flor de la salud, caminando por
las calles de Ingolstadt. Encantado y sorprendido, la abracé, pero al darle el
primer beso en los labios, se puso lívida, con el matiz de la muerte. Sus
facciones parecían cambiar, y pensé que tenía el cadáver de mi madre muerta en
mis brazos. Un sudario envolvía su figura. Vi los gusanos arrastrándose en los
pliegues de la franela. Desperté de mi sueño de horror. Un rocío frío cubría mi
frente, mis dientes castañeteaban, y todos mis miembros se convulsionaban. Cuando,
a la luz tenue y amarilla de la luna, vi al miserable - al miserable monstruo
que había creado. Levantó la cortina de la cama, y sus ojos, si se les puede
llamar ojos, estaban fijos en mí. Sus mandíbulas se abrieron, y murmuró algunos
sonidos inarticulados, mientras una sonrisa fruncía sus mejillas. Debió haber
hablado, pero no lo escuché. Una mano se extendió, al parecer para detenerme,
pero me escapé y corrí escaleras abajo. Me refugié en el patio de la casa que habitaba,
donde permanecí durante el resto de la noche, caminando de un lado al otro en
la mayor agitación. Escuchaba atentamente, temiendo cada sonido como si se
tratara de anunciar la llegada del cadáver demoníaco al que había dado tan
miserablemente la vida.
¡Oh! Ningún mortal podría soportar el horror de ese
rostro. Una momia de nuevo dotada de animación no podía ser tan horrible como
ese miserable. Había mirado en él mientras no estaba terminado, era feo entonces,
pero cuando los músculos y las articulaciones tuvieron movimiento, se convirtió
en algo que ni el mismo Dante hubiera podido concebir.
Pasé la noche miserablemente. A veces mi pulso latía
tan deprisa que sentí la palpitación de cada arteria. No podía soportar tanta
debilidad. Mezclado con este horror, sentí la amargura de la decepción; todos
mis sueños ahora se convertían en un infierno.
La mañana, lúgubre y húmeda, al fin llegó y
descubrió a mi insomnio y a mis ojos doloridos a la iglesia de Ingolstadt. Su
campanario era blanco y su reloj indicaba la hora sexta. El portero abrió las
puertas que habían sido mi asilo durante la noche, y salí a la calle, caminando
con pasos rápidos. Como si buscara evitar al miserable a quien temía en cada
giro de la calle. No me atrevía a regresar a la vivienda que habitaba. Apuré mi
paso por la lluvia que ahora me empapaba y veía el cielo negro y sin consuelo.
Continué caminando así por un tiempo, tratando con
el ejercicio físico de aliviar la carga que sentía. Atravesé las calles sin
saber donde estaba o lo que estaba haciendo. Mi corazón palpitaba con miedo. Me
apuré con pasos irregulares, sin atreverme a mirar a mí alrededor. . . (Capítulo
5, Frankenstein)
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