lunes, 1 de abril de 2013

La lectura del lunes, que debió haber sido el domingo: The Life of Pi


The Life of Pi es la novela de Yann Martel, publicada en 2001. A continuación unos párrafos para saborear su contenido.

Mi sufrimiento me dejó triste y pensativo.

Los estudios académicos y la lenta práctica de la religión me devolvieron a la vida. He mantenido lo que la gente llama extrañas prácticas religiosas. Después de un año de secundaria asistí a la Universidad de Toronto e hice dos especializaciones: estudios religiosos y zoología. Mi tesis en religión se basaba en la teoría cosmogónica de Issac Luria, el gran Cabalista del siglo XVI de Safed. Mi tesis de zoología era sobre el análisis funcional de la glándula tiroidea del oso perezoso de tres dedos. . .
Nunca había tenido problemas con mis compañeros de ciencia. Los científicos son un grupo de gente amigable, trabajadora, atea, y bebedora de cerveza cuyas mentes están preocupadas por el sexo, el ajedrez y el beisbol cuando no están haciendo ciencia. Yo fui un muy buen estudiante, si puedo decirlo. Estuve primero en St Michael´s por cuatro años. Obtuve todos los premios posibles para un estudiante del Departamento de Zoología. Si no obtuve ninguno del Departamento de Estudios Religiosos fue porque este no otorga ninguno. …


La razón por la que la muerte se acerca tanto a la vida no es la necesidad biológica sino la envidia. La vida es tan hermosa que la muerte ha llegado a enamorarse de la vida, con un amor tan celoso y posesivo que agarra lo que puede. Pero la vida salta sobre el olvido, perdiendo una o dos cosas de poca importancia y la melancolía no es más que la sombra pasajera de una nube. . . .
Amo Canadá. Extraño el calor de India, la comida, las lagartijas caseras en las paredes, los musicales en la pantalla, las vacas paseando por las calles, las multitudes gritando, aún las charlas de los partidos de cricket, pero amo Canadá. Canadá es un gran país, con demasiado frío, habitado por gente inteligente y compasiva con malos peinados. De todos modos no tengo nada qué hacer en Ponchiderry.

Richard Parker se ha quedado conmigo. No le he olvidado. ¿Me atrevería a decir que lo extraño? Bien, lo extraño. Todavía lo veo en mis sueños. Son pesadillas mayoritariamente pero pesadillas teñidas de amor. Tal es la extrañeza del corazón humano. Todavía no puedo entender cómo pudo abandonarme con tan poca ceremonia, sin ningún adiós, sin mirar atrás ni siquiera una vez. Ese dolor es como un hacha que corta mi corazón. . .
Los doctores y las enfermeras en el hospital de México fueron increíblemente amables conmigo. Y los pacientes también, victimas de cáncer o de accidentes de tránsito, una vez que escucharon mi historia, se acercaron a mí, ellos y sus familias, aunque ninguno de ellos hablaba inglés y yo no hablaba castellano. Me sonreían y me daban la mano, me daban golpecitos en la cabeza, dejaban regalos de comida y ropa en la cama. Me hacían llorar o reír en forma incontrolable.
Después de un par de días me pude parar, hacer uno o dos pasos, a pesar de la nausea, el mareo y la debilidad general. Los exámenes de sangre mostraron que estaba anémico y que mi nivel de sodio era muy alto y de potasio muy bajo. Mi cuerpo retenía fluidos y mis piernas se hinchaban inmensamente. Parecía que había sido injertado con un par de piernas de elefante. La orina iba del amarillo espeso al marrón. Después de una semana pude caminar normalmente y usar zapatos sin atarlos. Mi piel se sanó aunque conservaba heridas en los hombros y la espalda.
La primera vez que abrí un grifo su sonoro, superabundante y desperdiciado ruido me asombró tanto que las piernas se me aflojaron y me desmayé en los brazos de la enfermera.
La primera vez que fui a un restaurante Indio en Canadá usé mis dedos. El mesero me miró crítico y me dijo: “¿Recién llegado del barco?” Me avergoncé. Mis dedos que minutos antes habían sido tenazas de sabor antes de llegar a la boca se convirtieron en sucios ante su mirada. Se congelaron como delincuentes atrapados en el acto mismo. Culpablemente los limpié con mi servilleta. Este hombre no tenía idea como sus palabras me habían ofendido. Fueron como uñas que destrozaban mi carne. Agarré los cubiertos. Casi nunca había usado tales instrumentos. Mis manos temblaron. Mi sambar había perdido su sabor. . .

(Traducción y versión libre, los puntos suspensivos significan que no poseo todo el libro o que no me pareció importante traducirlo)


Del inglés: The Life of Pi 

Autor: Yann Martel


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